Me ha tocado estar encerrado en mi casa junto a mi familia durante algo más de 14 días por culpa del dichoso COVID. Todos hemos caído en sus garras. Pese a algunos momentos malos he de dar gracias a Dios porque todo se ha solucionado sin necesidad de hospitalización y se ha podido sobrellevar en el domicilio.
Convivir durante ese tiempo en un espacio no especialmente grande, obligado a no mantener un contacto directo con los demás, manteniendo las medidas de profilaxis necesarias y esa distancia personal que impide hasta el abrazo más sencillo, no ha sido una tarea fácil. Añadan a ello el malestar general que la enfermedad provoca y el temor a que la cosa hubiese podido ir a más durante los primeros días de curso de la enfermedad. En fin, ahora todo se ha pasado y la vida normal y cotidiana que hubo que abandonar suena ahora como música celestial.
Varias son las cosas que me han hecho reflexionar durante este tiempo y me permito compartirlas:
Lo que era cotidiano y habitual dejó de serlo. Tuvimos que adaptarnos a una nueva situación que exigía de cada uno renunciar a un poquito de lo que hasta ese momento considerábamos lo “normal” porque esa era la única manera de superar la situación que nos había caído encima sin haberla buscado. Aprendes a apreciar la belleza y la bondad de lo cotidiano cuando te ves privado de ello.
Cambiar, por tanto, no era ninguna opción, era una absoluta necesidad. Y es el momento en el que admiro la capacidad de las mujeres (al menos las que viven conmigo) para adaptarse y funcionar con flexibilidad frente a lo que exigen las circunstancias, no buscando la perfección sino la practicidad y lo pragmático.
Continuar con la vida exige esfuerzo y nada es gratis. Si quieres curarte hay un esfuerzo a realizar a cambio.
Descubrir que para conseguir muchas cosas hemos de renunciar a otras y quizás el mundo nos estaba acostumbrando a vivir sin renunciar a nada porque nos habíamos creído que todo estaba a nuestro alcance y no es así.
He recordado lo fundamental que es ser responsable. Y ser responsable es estar a la altura y ser acreedor de la dignidad que como seres humanos tenemos. Si no hubiéramos respetado ese confinamiento hubiera supuesto poner en peligro a otros. Por ello, cuando veo determinados comportamientos siento una enorme pena por lo que supone de falta de respeto a uno mismo y a los demás. Tener un comportamiento irresponsable es dar la razón a todos esos a los que les gustaría tenernos bajo el yugo de su “sabiduría y criterio”. Tener un comportamiento irresponsable es renunciar al don de la libertad usada para crecer y ayudar a crecer.
Espero que lo que hayamos aprendido haya servido para hacernos mejores y ayudar a hacer mejores a los demás. Así lo espero de todo corazón.
Seguimos.
No he padecido Covid, de momento, pero es verdad que si eres responsable, no te hace falta sufrirlo para saber que has de poner de tu parte y aceptar los cambios. Yo, por ejemplo, persona muy corporal, dada a expresar mi acercamiento con gestos físicos, la verdad es que echo de menos ese sencillo abrazo. Sin embargo, es necesario renunciar a determinadas cosas y adoptar nuevos hábitos por el bien común. Hay que dejar de mirarse el ombligo porque no somos seres aislados, coexistimos y debemos respetarnos. Me quedo con tu frase, muy certera, de lo que es la responsabilidad «ser responsable es estar a la altura y ser acreedor de la dignidad que como seres humanos tenemos». La medicina nos ayudará, pero de esta saldremos cuando todos seamos capaces de entender que de nuestros actos, depende la seguridad del resto, y por ende la seguridad propia.
Muchas gracias Marga por tu sensato comentario. Besos!!!