El espía es una interesante película del año 2020, estrenada en España en el 2021, dirigida por Dominic Cooke e interpretada en su principal papel por el actor Benedict Cumberbatch. Sin entrar en muchos detalles, nos cuenta la historia del espionaje llevado a cabo por un ingeniero inglés, fichado por el MI6 británico, que consigue contactar con un coronel del GRU soviético, quien le pasará información muy relevante acerca de la que luego fue denominada crisis de los misiles de Cuba en 1962.

Hay en la película bastantes cosas interesantes, pero reconozco, quizás ya por deformación profesional, que para mí hay un momento especialmente llamativo, y es en el que aparecen claramente las diferencias entre lo que podríamos denominar estructuras organizativas (gobiernos y servicios de espionaje) y la realidad que viven personas de carne y hueso (los espías). En una situación de aparente colapso y peligro para las personas (los espías), las estructuras organizativas se desentienden y reconocen de forma abierta que “usan” a las personas ¿les suena lo de recursos?; frente a ello, hay personas que deciden no desentenderse y actuar en consecuencia: no traicionar, no dejar atrás al otro, y hacer todo lo posible pese a los riesgos graves que esa actitud y decisión conlleva.

En nuestra vida profesional nos vamos acostumbrando a escuchar y leer muy notables propósitos acerca de la importancia de la vinculación entre las personas y las organizaciones, acerca de la importancia de la felicidad y bienestar de las personas en el interior de las organizaciones (retención de talento, engagement, etc.) y, sin embargo, y sin negar las buenas intenciones, la vida real suele estar llena de hechos en los que lo habitual suele ser el uso (y cuántas veces el abuso) de las personas que acaba derivando en el acto de prescindir de las mismas.

En la película se refleja perfectamente que son las personas las que dan una lección a las organizaciones porque hacen un esfuerzo por marcar la diferencia, son las personas las que se niegan a considerar al otro como prescindible y como un mero recurso y, por ello, hacen el enorme esfuerzo de arriesgar.

En estos tiempos en los que todo y todos vivimos de lleno en el reto de la transformación digital, aún debemos decidir qué tipo de organizaciones queremos y cuál ha de ser el verdadero valor de las personas que trabajan en las mismas.

Y ese creo que es el reto más importante que tenemos por delante, sin olvidar aquello de que “obras son amores y no buenas razones”.

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