Durante una de las clases de un posgrado que impartí este año, les puse a mis alumnos el siguiente ejercicio con el objetivo de reflexionar y debatir al respecto.

En el año 2016 la 2 de TVE emitió dentro del espacio de La Noche Temática un documental titulado El Juego de la Muerte.

El Juego de la Muerte reflejaba el desarrollo de un concurso televisivo llevado a cabo en Francia (en el que casi todo es un montaje) y en el que hubo personas que fueron capaces de mover una palanca mediante la que aplicar sobre otra persona una descarga eléctrica de hasta 480 voltios o más, cuando fallaban al responder una pregunta.

Cerca del 80% de los concursantes llegaron hasta el final a pesar de estar escuchando los gritos de dolor de la persona que sufre las descargas (que es un actor, lo hace muy bien y sus gritos, así como las descargas son ficticios, aunque quien mueve la palanca cree que son verdaderos) y todo porque triunfa sobre ellos la autoridad de una presentadora que de forma muy asertiva les indicaba que siguieran jugando.

Era sorprendente el silencio del público que asiste ante el dolor manifestado por las “personas concursantes”. Nadie se levantó, nadie protestó e incluso al final hay aplausos para el concursante que, supuestamente, ha ganado el premio porque ha llegado hasta la pregunta final (son 27) a costa de descargar unas cantidades tremendas de voltios sobre quien había fallado al contestar las preguntas. Era un público que no se escandalizó.

Stanley Milgram realizó desde el año 1961 diversos experimentos similares en los que también se aplicaban descargas (también ficticias, aunque quien hacía las preguntas tampoco lo sabía) sobre otras personas cuando se equivocaban al contestar una pregunta. Comenzó estos experimentos poco después del juicio del nazi Adolf Eichmann en Jerusalén. Los resultados de estos experimentos dieron como resultado que cerca de un 62% de los interrogadores fueron capaces de “descargar” sobre los interrogados el máximo de voltios. Era un experimento sobre el poder que la autoridad puede tener sobre un individuo. Es llamativo que la cifra con el transcurso de los años haya pasado de un 62% a un 80%.

En el concurso del documental francés, serán pocas las personas que decidirán retirarse, enfrentarse a la autoridad y al contexto, y parar la aplicación de las descargas sobre el interrogado. Los pocos que lo hicieron fueron personas que no tenían nada en común.

El programa era un perfecto análisis sobre la obediencia, sobre lo que somos capaces de hacer y no hacer cuando la autoridad nos conmina, sobre cómo influye en nosotros el contexto. En definitiva, sobre el uso que hacemos de nuestros principios, de nuestros valores y de nuestra libertad. También lo era, en el contexto del concurso, un ejemplo de hasta qué punto la televisión puede llegar a influir en nosotros manipulando nuestras emociones y decisiones.

Y estas situaciones vistas en un concurso:

¿Podrían ser extrapolables a otras situaciones de nuestra vida, por ejemplo, en el ámbito laboral?

¿Cómo habríamos actuado nosotros si fuéramos los concursantes?

¿De qué manera ejercemos nuestra libertad y la capacidad de dirigir la propia vida?

Por cierto, la reflexión y debate con mis alumnos fue enormemente interesante.

 

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