Yo creo que todavía en los hospitales y centros de salud se puede observar un cartel en el que bien mediante palabras o bien mediante la imagen de una persona con el dedo índice en vertical y pegado a los labios nos recuerdan la necesidad de estar en silencio en esos lugares. Siempre he pensado que la idea que guía ese cartel es la de suavizar un entorno de dolor o de molestia, e incluso de sufrimiento. El ruido, podemos concluir entonces, es dañino para las personas enfermas que se encuentran en esos lugares.
En cambio, nuestro mundo, si por algo se caracteriza es por la constante presencia del ruido: tráfico, voces, centros comerciales con la música a todo volumen, máquinas, etc. e incluso hemos “mejorado” porque ahora también hemos incorporado a nuestro mundo el ruido interior.
Identificamos el ruido con la velocidad, con la exigencia de que todo ha de ser para ayer e incluso con el progreso. Y, sin embargo, cuando tenemos la oportunidad de estar en un lugar en el que el ruido es tan solo el de la naturaleza, de modo casi automático afirmamos “qué sensación tan agradable”, aunque luego enseguida volvamos a envolvernos en el manto del ruido porque es el que parece que nos mantiene “vivos”.
¿Necesitamos tiempos de silencio? Yo creo que sí. Nos recordaba Gracián “el recatado silencio de la cordura” Y me pregunto si no estaremos viviendo un poco en esa enfermiza locura permanente del ruido. Y que quizás, aunque no estemos ingresados en un hospital, necesitemos un poco de silencio en nuestra vida, un poco de esa cordura para serenar nuestra vida y especialmente la profesional.
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