Hace ya muchos años, cuando trabajaba de Director de Personas en una empresa farmacéutica, salía de una reunión en un despacho de abogados en Madrid. Caminaba hacia Recoletos para coger el tren. Al pasar por la plaza de la Lealtad me encontré con un homenaje a los caídos y me paré a observar el acto (siempre me han gustado esas cosas). Estaba tan entretenido. De repente, miré el reloj y me di cuenta de que tenía que marcharme pitando a coger el tren porque tenía en la oficina una reunión de trabajo.
Ya en el tren me puse a pensar en lo que había pasado. Me di cuenta de que el tiempo, el que yo consideraba mi tiempo, no me pertenecía a mí, sino que era propiedad de otros, en concreto de aquellos con los que debía mantener una reunión.
Años después descubrí el video que adjunto. El niño que sale en el mismo si que me pareció que era dueño pleno de su tiempo y lo podía usar como le daba la gana, entretenerse sin más problemas sin pensar en otra cosa. Su tiempo le pertenecía.
En las organizaciones hablamos y reflexionamos mucho sobre una realidad, el tiempo. Pero ¿somos conscientes de que ese tiempo muchas veces no nos pertenece porque pertenece a otros? Y aquí entra en juego otra consideración que me parece muy importante ¿sabemos negociar sobre ello?, ¿sabemos, por ejemplo, decir no?
Piensen en ello. Igual hay más de una sorpresa.
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