En uno de sus libros, Peter Drucker contaba una anécdota que reproduzco a continuación.

“A principios del siglo XX, el diplomático más respetado entre los embajadores de las grandes potencias era el embajador alemán en Londres. Aparentemente, estaba llamado a grandes responsabilidades. En cambio, en 1906 dimitió. La razón parece que se encuentra en que estaba prevista una cena de homenaje del cuerpo diplomático al rey Eduardo VII que ya llevaba cinco años en el trono. El embajador alemán era el decano del cuerpo diplomático. El rey Eduardo era un conocido mujeriego y había manifestado el tipo de cena que quería. Al final, después de los postres y mientras se atenuaban las luces, saldría una enorme tarta y de la misma aparecerían cerca de una docena de mujeres desnudas. El embajador alemán dimitió antes de presidir una cena así, afirmando: “Me niego a ver un chulo en el espejo cuando me afeito por las mañanas”.

La postura de esta persona fue un posicionamiento ético en el que los principios que quería que guiasen su vida y sus propios valores chocaban con los del entorno. La ética nos plantea respecto a la clase de persona queremos ver por la mañana ante el espejo.

Sospecho que pocas veces nos paramos a reflexionar respecto a los principios y valores que guían nuestra vida y respecto a la manera en que los mismos guían nuestro comportamiento.

¿Quizás es que no queremos porque podemos descubrir cosas que no nos gustan y que están ahí agazapadas?, ¿quizás no sepamos ni cómo comenzar? ¿consideras que es importante que haya coherencia de vida entre principios y comportamientos?, ¿crees que si no la hay tarde o temprano se paga un precio por ello? Puedes plantearte otras preguntas. Una sugerencia, según las respuestas que obtengas ¿qué vas a hacer?, ¿quieres compartirlo?

 

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