Cuando desde Senderos de Silencio decidimos que la idea del trabajo en equipo era una cuestión a la que debíamos dedicarle tiempo como consultores, fueron muchas las horas de lectura a trabajos sobre la idea de equipo. Basta poner trabajo en equipo o teamwork en Google para sentirse abrumado.

Dicho esto, nosotros decidimos que íbamos a hablar de “calidad de las relaciones con los demás”. A lo largo de los años hemos ido aprendiendo que más allá de los perfiles de cada uno, del tipo de equipo, de los roles que se adopten en cada momento, etc., había algo que era común: la necesidad de conocerse (que no conviene confundir con ser amigos), respetarse y tener claro en la cabeza que cualquier mejora colectiva necesitaba previamente una mejora individual.

En las diferentes lecturas de libros, documentaciones y experiencias que hemos podido revisar y trabajar, nos hemos encontrado con testimonios de equipos en los que las personas que trabajaban juntas apenas conocían nada unas de otras, referencias en las que miembros de un equipo se quejaban de la falta de colaboración (incluso de ellos mismos) en la obtención de los resultados esperados; comunicaciones en las que abundaban lo que se podrían considerar faltas de respeto, etc.

Y también nos hemos encontrado con alguna que otra experiencia como las que relataba Peter Senge en su libro la Quinta Disciplina, “cuando preguntas a la gente …qué significa ser parte de una gran equipo, lo más sorprendente es que siempre hacen referencia al sentido que aportó la experiencia. La gente nos habla de cosas como ser parte de algo más grande que ellos mismos, de estar conectado, de ser altamente productivos”. O nos encontramos con testimonios como el de Magic Johnson afirmado que “lo que más valoraba de su trabajo era hacer mejores a sus compañeros”.

De lo que relatan tanto Senge como Magic deducimos que más allá de dinámicas, roles, teorías o lo que queramos, hay algo importante que, en cierto modo, trasciende o está por encima de todo ello. Es la capacidad de ver en nosotros mismos y en los demás una clara llamada a la grandeza y, por tanto, a colaborar, conocer, estar dispuesto a crecer junto a otros, aportar y hacer mejores a nuestros compañeros. Y nos parece que eso es un reto lleno de dificultades, pero también de belleza. Y ahí queremos poner el foco en Senderos de Silencio.

Si no lo hacemos así, seguiremos contemplando el trabajo en equipo como una especie de mito inalcanzable y buscando un nuevo ejercicio de campo que nos de alguna pista sobre cómo hacer “team building”. Algo que es necesario, pero nos tememos que no suficiente.

Y lo que es peor. Seguiremos careciendo de lo fundamental: una buena calidad en las relaciones con los demás. Y eso, no seamos ilusos, hace daño, nos daña y poco a poco nos vuelve peores personas.

Creo que no hay mejor manera de terminar este texto que con una de las reflexiones de Antonio Machado en el Mairena.

“Porque no he dudado nunca de la dignidad del hombre, no es fácil que yo os enseñe a denigrar a vuestro prójimo. Tal es el principio inconmovible de nuestra moral. Nadie es más que nadie, como se dice por tierras de Castilla. Esto quiere decir, en primer término, que a nadie le es dado aventajarse a todos sino en circunstancias muy limitadas de lugar y de tiempo, porque a todo hay quien gane, o puede haber quien gane y, en segundo lugar, que por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”

 

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