No, no te voy a contar el argumento de la película “Matar a un ruiseñor”. Si eres inteligente y sensato harás por verla, disfrutarla y aprender de ella, aunque tu seas muy joven y la película sea en blanco y negro. Y si decides leer el libro, habrá muchas líneas que creo deberías subrayar.
Lo que si voy a hacer es contarte una mínima parte de esa película.
Atticus (padre de la niña Scout y narradora de la película) ha defendido con todos los medios legales a su alcance a Tom Robinson. Un hombre de color acusado injustamente de violar a una chica blanca. Pero estamos en Alabama, en la América profunda y en la década de los 30 del siglo pasado. Un lugar donde el racismo forma parte sustancial del pasar de la vida. No ha sido posible conseguir demostrar la inocencia de Tom. Al finalizar el juicio y cuando la sentencia para éste ha sido condenatoria, Atticus abandonará la sala del juicio. En ese momento, sus hijos que han estado en la parte de arriba (la zona en la que pueden estar las personas de color) escucharán como el reverendo Sikes (un hombre de color) le dirá a Scout “Señorita Jean Louise, levántese, su padre se marcha”. Todos los hombres y mujeres que están en esa zona de arriba se pondrán de pie al paso de Atticus. Esta escena de la que les adjunto enlace y que en el libro logra la misma intensidad, me sigue poniendo los pelos de punta. El tremendo respeto y admiración por un hombre bueno y recto, alguien de quien otro personaje del libro dirá “estamos rindiendo a Atticus el tributo más grande que podemos rendir a un hombre. Depositamos en él la confianza de que obrará rectamente”
Yo creo que hay liderazgo de la propia vida cuando se busca el obrar rectamente, con independencia del cargo, puesto o posición que tengamos en la sociedad. Que maravilla sería que a cada uno de nosotros se nos rindiera tributo por obrar rectamente.
Piénsalo.
Una lección de liderazgo. Me trae a la memoria cuando. siendo un joven jefe de sección del periódico, tuve problemas con uno de mis redactores. Era un veterano, me despreciaba y una vez, volviendo yo de una reunión, le oí decir en un tono perfectamente audible: «Ya está aquí el gilipollas».
Fui a ver al subdirector y le manifesté mi inquietud de que los desplantes de aquel tipo acabaran socavando mi autoridad ante los demás.
«Primero», me dijo, «ve y dile que le has oído y que la próxima vez le metes un parte. Y segundo, no te preocupes por tu autoridad. La gente no es tonta y sabe cuándo alguien es justo y cuándo no lo es».
Buenos días Miguel. Quizás en eso resida una de las grandes diferencias entre liderar y tener poder. La autoridad se gana cuando se actúa con justicia. El poder, suele venir dado. No es una regla matemática, aunque suele suceder así. Tenía razón tu subdirector, la gente no es tonta, aunque siempre hay tuercebotas inasequibles al desaliento. Gracias.