En su libro Prepárate, el futuro del trabajo ya está aquí la profesora Lynda Gratton resaltaba el hecho de la creciente desconfianza en las sociedades del nuevo siglo XXI hacia instituciones públicas y líderes políticos y religiosos. Si se rasca un poco más allá de la superficie descubrimos que, en muchos casos y para muchas personas, tanto las religiones como las ideologías políticas tradicionales han dejado de ser el fundamento para explicar lo que está sucediendo en el mundo y cómo está sucediendo. Posiblemente fruto de todo ello sean los denominados populismos políticos predominantes en muchos lugares o las ideologías denominadas relativistas que parecen intentar ocupar un espacio importante a la hora de explicar lo que sucede o de consolar a aquellos que han entrado en crisis con relación a las tradicionales ideologías o creencias religiosas.
Todo este proceso me resulta llamativo y curioso. Además, sospecho que ha aparecido un nuevo actor en todo este proceso de descreimiento y desconfianza que me resulta sorprendente. Me refiero a las empresas o, al menos, algunas de ellas y especialmente muchas grandes corporaciones.
Veamos. En el año 2019 por Larry Fink, el CEO de Black Rock (uno de los mayores fondos de inversión del mundo), en nombre de la denominada Business Roundtable, firma una declaración en los siguientes términos
Angustiada por los cambios económicos fundamentales y la incapacidad del gobierno para brindar soluciones duraderas, la sociedad está esperando cada vez más que las compañías, tanto públicas como privadas, aborden asuntos sociales y económicos apremiantes. Estos asuntos van desde la protección del medioambiente hasta la eliminación de la desigualdad de género y racial, entre otros. Avivada en parte por las redes sociales, la presión pública sobre las corporaciones aumenta con mayor rapidez y llega más lejos que nunca.
El propósito no es un simple eslogan o una campaña de marketing, es el motivo fundamental para la existencia de la compañía; lo que esta hace todos los días con el fin de crear valor para sus Stakeholders. El propósito no es únicamente la búsqueda de la rentabilidad, sino la fuerza que nos impulsa a lograrla. La rentabilidad no es de ninguna manera incompatible con el propósito; de hecho, rentabilidad y propósito se encuentran estrechamente relacionados”.
Es decir, parece que la “empresa” o al menos determinadas empresas están pretendiendo, de alguna manera y con las lógicas limitaciones, tomar el lugar que han venido ocupando ideologías y religiones haciendo de su existencia no solo una cuestión meramente económica sino que también parecen estar posicionándose como los nuevos referentes sociales, culturales e incluso espirituales.
Que la empresa haya entrado en el terreno del propósito haciendo suyos conceptos que nos parecerían más propios y cercanos al ser humano forma parte, a mi juicio, de una cierta corriente cada vez más presente que busca humanizar la organización y, en paralelo, mercantilizar a la persona (véase toda esa obsesión por la marca personal, etc.).
Y todo esto resulta curioso, porqué durante mucho tiempo la empresa como organización ha sido vista como una herramienta meramente económica cuyo máximo objetivo era maximizar el valor para el accionista (beneficio) y todo lo demás era meramente instrumental con el objetivo de alcanzar ese fin.
Y es más que probable que la crítica que se ha venido haciendo hacia ese modo de entender el papel de la empresa en la sociedad actual sea la causa de un comunicado como el que firma el señor Flink. Es evidente que el capitalismo no es tonto y que esos cambios producidos en las sociedades hacían obligatorio realizar un giro como el que señalaba la Business Roundtable en su reunión de 2019. La empresa haciendo suyas muchas banderas propias de los nuevos tiempos: diversidad, sostenibilidad, propósito, igualdad, etc.
En paralelo a esa orientación hacia el “bienestar general” por parte de las organizaciones ha ido surgiendo otra orientación, esta vez dirigida hacia los trabajadores. Y así, grandes corporaciones y empresas especialmente las de base tecnológica, han ido construyendo un “propósito o relato” que con la excusa de atraer y fidelizar el talento buscan convertirse en una especie de madres/padres que se van a ocupar de una enorme cantidad de aspectos que afectan a la vida de las personas no solo dentro del ámbito organizativo sino también fuera. Y así se pasa de la cesta de frutas, el futbolín, espacios “friendly”, las recomendaciones para llevar una vida saludable, el ejercicio en la oficina etc., a gestionar y/o asesorar también respecto a la felicidad del empleado dentro de la empresa.
Y tengo para mi que esa especie de mentalidad de gran familia o hasta de ejército e incluso secta, con todo lo que eso conlleva, debiera ser vista con cierta prevención y debiera llevarnos a plantear algunas preguntas.
¿Puede esto acabar convirtiéndose en una forma de control, eso sí muy sutil, pero capaz de difuminar la separación de vida personal y profesional?
¿De qué manera pudiera llegar eso afectar a la identidad de las personas, a la capacidad crítica, a la autonomía personal dentro de una organización?
¿Puede todo esto acabar subordinando demasiadas cosas al interés empresarial?
Si he de ser sincero no creo que todo esto esté aún muy extendido, pero cada día, cada mes y cada año que pasa lo veo y escucho con más frecuencia.
Nosotros, desde Senderos de Silencio, venimos hablando con insistencia del autoliderazgo. Y frente a ese propósito empresarial, lleno de buenas palabras y puede que hasta de buenas intenciones, creemos que es esencial el actuar con libertad y con criterio, con un pensamiento crítico que permita a cualquier persona saber dónde está y dónde quiere estar en cada momento y no dejarse seducir, al igual que Ulises, por los cantos de sirena por muy hipnóticos que puedan parecer.
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