He de confesarlo: mi primer contacto con Kipling fue con El libro de la selva, y no mediante la lectura del libro como tal, sino a través de la adaptación que hizo Disney en su momento. Me pareció algo muy divertido, hasta el punto de bailar con mis hijas —cuando eran pequeñas y mis piernas me permitían ciertas libertades— las danzas del genial oso Baloo.
Más adelante me tropecé con el poema If, que desde la primera lectura me llamó poderosamente la atención. Con el paso de los años lo he releído varias veces, pero hay un párrafo que, poco a poco, ha calado más hondo en mí. Es aquel que dice: “Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre, y tratar a ambos impostores del mismo modo.”
Triunfo y Desastre. Éxito y fracaso, podríamos decirlo con palabras más actuales. Nos preguntamos muchas veces qué significa triunfar o fracasar en nuestra vida. ¿Cuál es el criterio o el baremo para determinarlo? ¿Puede darse el “éxito” en algunas facetas y el “fracaso” en otras? Buscamos el éxito con ansia y huimos del fracaso como de una amenaza. El primero parece encumbrarnos; el segundo nos envía, simbólicamente, al “pelotón de los torpes”.
O nos dejamos arrastrar por la euforia del éxito, o por la desesperanza del fracaso. Y vivimos en un mundo lleno de triunfadores que nos cuentan lo estupendos que son, y de fracasados a quienes miramos con conmiseración. Y lo más curioso: usamos ese modelo de “triunfador” para motivar y animar a quienes atraviesan su momento de fracaso.
Con el tiempo, creo que comienzo a entender a Kipling. Éxito o fracaso son circunstancias, momentos. El éxito no asegura plenitud; el fracaso no nos define. La clave —nos dice Kipling— está en cómo respondemos ante esos impostores: con calma, con ecuanimidad. Podemos vivir momentos de éxito o de fracaso, pero ninguno de ellos dice realmente quiénes somos ni qué hay de permanente en nosotros.
Y en este tiempo cambiante, en el que todo puede dar un vuelco de un día para otro, conviene mirar con serenidad cada uno de esos momentos. Ni dejarnos seducir por uno, ni amargarnos por el otro.
Y tengo para mí que esta propuesta de Kipling —tratar a ambas realidades como impostores— nos ayudaría a vivir de forma más plena, a mirar lo que nos sucede con otros ojos, a no caer en la presunción de creernos genios, ni en la tentación de pensarnos inútiles.
Desconozco qué tipo de momento —de éxito o de fracaso— puedas estar viviendo ahora. Pero sea cual sea, sigue el consejo de Kipling: trátalo como a un impostor. No dejes que te seduzca ni que te atrape. Y recuerda lo que dice el poema: “si puedes encontrarte…”
En definitiva, no eres tú.
Cuánta razón tienes, Emilio. El fracaso es cruel, eso no hace falta explicarlo. Lo que se repite poco es que no hay mayor tragedia que alcanzar lo que se desea. A Truman Capote y Carmen Laforet les arruinó la vida su descomunal éxito, porque ya nunca estuvieron a la altura de ‘A sangre fría’ y ‘Nada’.
El problema es que no podemos renunciar a la meritocracia, como algunos igualitaristas pretenden. Es indispensable que nuestras sociedades premien a los mejores. El afán de emulación es lo que ha hecho posible la explosión de riqueza que nos rodea.
La única solución es educar a nuestros hijos en la importancia del esfuerzo, al mismo tiempo que les recordamos, como sugieres en tu artículo, que el triunfo es un gran impostor; que nuestras sociedades no reconocen a menudo la virtud genuina, y que el vencedor se beneficia siempre de alguna circunstancia fortuita: una aptitud excepcional e innata, un entorno familiar propicio, un momento histórico concreto.
La victoria y la derrota son inevitables, pero no la soberbia y la humillación. Tenerlo presente hace la vida tolerable cuando se pierde y aún más cuando se gana.
Hola Miguel:
Gracias, como siempre, por tu inteligente comentario. Lo suscribo. Yo creo que ninguna de esas dos realidades nos define, nos puede marcar durante un tiempo, pero nada más. Aunque hay ocasiones en que ese marcaje se prolonga en demasía. La clave está en lo que escribes, ni la soberbia ni la humillación son inevitables. Un abrazo.