La elección del cardenal Robert Prevost como León XIV ha supuesto una sorpresa para casi todos. Sus primeros movimientos y palabras me han hecho darle vueltas en la cabeza a algunas consideraciones acerca de la idea o concepto de liderazgo que manejamos con tanta frecuencia. Por otro lado, mi trabajo durante muchos años haciendo selección de personas me ha llevado a mirar su “perfil y trayectoria profesional” con otros ojos, más allá de los propios del creyente.

Vamos por partes.

Solemos hablar del liderazgo estableciendo una serie de rasgos o características de personalidad que serían las ideales y que dotarían a la persona que las manifestara en su desempeño diario como ejemplo de líder.

Así, con frecuencia hablamos de que un buen liderazgo ha de tener visión estratégica o ver algo más allá que los demás y, consecuentemente poder conectar realidades presentes y futuras (Steve Jobs hablaba de conectar los puntos del pasado y aquí se trata de conectar los puntos del futuro); capacidad para inspirar a otros y al entorno; tomar decisiones; fomentar el trabajo en equipo; capacidad de comunicación; integridad y ética, etc. Seguramente otros más sabios que yo podrían añadir otras capacidades o características o bien le darían un poco más de brillo a algunas de las que yo he mencionado.

Imagino que la sabiduría que ha habitado en la Capilla Sixtina ha detectado todas estas características “profesionales”, y muchas otras más, en la persona de León XIV y de ahí su elección. Pensando en todo ello no he podido evitar reflexionar con más interés en otras dos características o cualidades de las que se habla con poca frecuencia cuando se aborda la realidad del liderazgo. Dos cualidades que a mi juicio el liderazgo necesita hoy, quizás, más que nunca

Al ver los primeros movimientos y apariciones en público de la figura de León XIV me he preguntado acerca de cómo se vive con calma interior el hecho de asomarte a una ventana y recibir una tremenda ovación llena de cariño, y de esperanza en lo que representas, por parte de cientos de miles de personas. Me he preguntado acerca de cómo se vive y asimila entrar en una sala y recibir de manera automática un aplauso intenso, sincero y con unas miradas llenas de afecto y emoción que se multiplican cuando esa persona se detiene y saluda, estrecha unas manos, etc. Por qué de repente se pasa de ser conocido solo en determinados contextos a ser conocido desde una perspectiva universal y a cada paso que se dé, el mundo va a mirar de otra manera.

¿De qué manera se pone freno a la más que probable tentación de comenzar a sentirte alguien “importante”? ¿Cómo se gestiona interiormente todo eso?

Y es aquí cuando te das cuenta de que hay dos características fundamentales en cualquier liderazgo: humildad y servicio. Y personalmente las veo estrechamente unidas. Tengo para mí que la una no se entiende sin la otra. Se suele hablar mucho de ellas, pero suelen aparecer poco en la vida real de las organizaciones y en la vida de aquellos que se ven a sí mismos como líderes.

Humildad para comprender que la misión de ese liderazgo será servir para la consecución de un bien mayor. Humildad para comprender que el cargo no es para presumir o fantasear. Humildad para no dejarse llevar por esa tentación de creerse alguien importante.

Servicio porqué el buen liderazgo tiene la profunda servidumbre de hacer todo lo posible por cuidar a las personas (el rebaño), generar confianza, escuchar y ser ejemplo para otros. No en vano, quien ocupa el papado sabe que otro, hace ya mucho tiempo, no vino para ser servido sino para servir

Tengo el convencimiento de que son estas dos características las que dan solidez a un liderazgo, las que dan vida interior a una organización y las que conectan todas las otras cualidades o características. Son algo así como el pilar y fundamento. Y quizás sean las más difíciles dado que son exigentes al reclamar del líder una renuncia muy importante hacia uno mismo y un poner el foco en la misión que se asume y en el cuidado de aquellos que forman el rebaño. Humildad y servicio implican, en definitiva, una gran responsabilidad.

Tengo la certeza de que estas cosas no se le han escapado a la persona del Santo Padre León XIV y algunas cosas ya ha dicho respecto a lo que significa ser el sucesor de Pedro en términos de humildad y servicio. Es consciente de la tarea y misión complicada y difícil con la que ha de cargar.

Y el resto del común de los mortales que en la vida laica tan preocupados andamos con el mandar, el poder, el boato, el darse importancia, el yo primero, etc., posiblemente nos vendría muy bien pensar en el modo en el que conceptos como humildad y servicio podrían transformar nuestras vidas y las de los que nos rodean. Y es que el liderazgo es también transformar. En la sociedad en general (véase en la política) y en las empresas en particular no estaría de más mirar con más atención esas dos cualidades y dejarse interpelar por ellas en cuanto al comportamiento diario y habitual. Todos saldríamos ganando.

Y termino este largo texto haciendo una referencia a los datos que hoy se saben acerca del perfil y trayectoria de León XIV. Nacido en USA y siempre he pensado que si algo caracteriza al estadounidense es un cierto pragmatismo ante la vida; licenciado en matemáticas y estudios de filosofía (algo de capacidad de pensar y razonar hay que otorgarle); diplomado y doctorado en derecho canónico (luego doctrinalmente parece estar al día); muchos años vividos en la misión en Perú (conoce el mundo de la necesidad, la pobreza y seguramente la injusticia); prior general de la Orden de San Agustín (ha viajado por el mundo y se ha relacionado con multitud de personas y entornos lo que no es poca cosa); se maneja con fluidez en varios idiomas. Mi impresión es que tiene el perfil más interesante de quiénes han ocupado el papado tanto en el siglo XX como en el siglo XXI.

Sinceramente, si yo lo hubiera tenido de candidato, y comparado con el “perfil del puesto” lo hubiera seleccionado sin duda.

Tan solo le deseo suerte y, sobre todo, que el Espíritu Santo le siga acompañando y guiando en todos los años que esté al frente de la Iglesia Católica. La Iglesia lo necesita, y el mundo, aunque haya quienes miren para otro lado, también.

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