Escribíamos la semana pasada a propósito de la necesidad de que en los equipos humanos de cualquier organización exista un mínimo de calidad en las relaciones que se generan entre sus miembros. Una calidad que sea como una brújula hacia la colaboración, la apertura, el conocimiento del otro, la disposición a hacer mejor al compañero, etc.
Cuando estábamos revisando textos y reflexiones diversas sobre la idea de equipo, nos encontramos con algo curioso y es la vida de esos árboles gigantescos llamados secuoyas. Descubrimos que no poseen unas raíces muy profundas, considerando el tamaño y altura que tienen, pero en cambio sus raíces se extienden en un área amplia y se entrelazan con las raíces de sus vecinos. Obrar de esta manera les proporciona estabilidad y les facilita el intercambio de nutrientes y agua entre los árboles, creando una comunidad que se sostiene mutuamente. En definitiva, cooperación e interdependencia.
Por otro lado, es bastante habitual escuchar a muchos profesionales comentarios sobre las habituales “puñaladas” cruzadas que se generan en, por ejemplo, los comités de dirección y en otros equipos que en su origen imaginamos fueron creados con la mente puesta en ideas que hablaban de sinergias; de que cuatro, seis u ocho ojos eran capaces de ver más que dos, etc. Y nos preguntamos si eso tiene sentido, si tiene lógica o si ese tipo de comportamiento lleva a algún lugar que merezca la pena. Sospechamos que cualquier grito individual de victoria es la imagen anticipada de una futura derrota de grupo.
Curiosamente, para dentro de unas semanas, hemos sido invitados a asistir a un taller de introducción a la biomímesis, también conocida como biomimética. No habíamos oído hablar nunca de ello, pero por lo que hemos podido averiguar se trata, según la Wikipedia, de la “ciencia que estudia a la naturaleza, como fuente de inspiración de tecnologías innovadoras, para resolver aquellos problemas humanos que la naturaleza les ha presentado, a través de modelos de sistemas (mecánica) o procesos (química), o elementos que imitan o se inspiran en ella. Es decir, aprender de la naturaleza y emularla. Y hemos de reconocer que nos llamó la atención la coincidencia entre esa invitación al taller y el descubrimiento de los mecanismos de “cooperación” de las secuoyas mientras leíamos cosas sobre el trabajo en equipo.
En fin, terminamos. Tenemos unos árboles que son capaces de entrelazar sus raíces y generar un poderoso intercambio de nutrientes y agua como garantía de supervivencia, crecimiento y sostenibilidad.
Mientras tanto, quizás, en numerosos equipos humanos no hay cerebros ni manos entrelazadas, ni una vida interior que ayude a crecer, sobrevivir y aportar a su entorno sino más bien todo lo contrario
Sería triste que acabásemos teniendo que reconocer que esos árboles son más inteligentes que nosotros.
Y eso en Senderos de Silencio nos preocupa y mucho.
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