¿Cómo hacer una entrevista de trabajo?; ¿qué responder ante determinadas preguntas del entrevistador?; ¿qué postura física, que mirada he de mantener? ¿cómo redactar el CV?, ¿qué palabras omitir en un CV o en una entrevista?, etc. Sobre todo ello se ha escrito y se siguen escribiendo sesudos artículos y post en periódicos, revistas y en esta red profesional.
Lo que nunca he visto negro sobre blanco es decirle al candidato que haga un ejercicio de imaginación y que piense (más allá de la formación y de la posible experiencia profesional y aún más si carece de ella) qué tipo de competencias profesionales reclama la posición vacante y si son coincidentes con las propias. Y si no le resulta fácil ese ejercicio de imaginación, que se aventure a preguntar. Dicen que preguntando se llega a Roma. Y en función de la respuesta recibida que haga un ejercicio de discernimiento respecto a si tiene sentido postularse a esa posición al comparar sus propias competencias profesionales con las que demanda el puesto. No se suele recomendar esto ¿verdad? Y, por otro lado, sospecho que poca gente lo hace. Las razones para ello sospecho que, una vez más, el escaso conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Mi recuerdo de mis años profesionales entrevistando personas en procesos de selección suele traer a mi memoria la certeza del escaso conocimiento que una gran mayoría de esas personas tenían sobre si mismas.
Preguntarse acerca de cuestiones como empatía, capacidad para recuperarse de los avatares de la vida, la capacidad para tomar decisiones, asumir riesgos, apertura frente al cambio, capacidad para dirigirlo, capacidad o no para desafiar lo establecido, si se vive o no con el pie levantado, entender y gestionar el modo en que se relaciona consigo mismo y con los demás (IE), las creencias que pueden limitar o fortalecer, los principios que guían la propia vida y como se manifiestan en el día a día, la propia asertividad, etc.
Y hacerse ese tipo de preguntas debiera ser la obligación de cualquiera que se presente a un proceso de selección. Realmente, debiera ser la obligación de cualquiera que quiera vivir en libertad y responsabilidad. Saber quién se es, que es lo que se sabe hacer bien, aquello en lo que se es bueno. Tengo para mí, que disponer de ese conocimiento no solo se convierte en una clara ventaja competitiva, sino lo que es más importante en una brújula de vida. Y créanme, eso se nota, y mucho, en una entrevista. Significa saber dónde se puede aportar valor, significa saber a qué lugar se pertenece. Y cuando se tiene ese conocimiento, lo más probable es que no se pierda el tiempo postulando a determinadas posiciones, y no porqué no sean interesantes, sino porqué no van con el perfil profesional de aquél que ha hecho el ejercicio de conocerse. Y esto, no solo vale para realizar el contraste de competencias puesto/persona, sino que también es de gran valor para discernir si el perfil del que se dispone es coherente y encaja en el modo de ser, en la cultura de la empresa.
Nada de esto es fácil, pero si se aspira a vivir una vida en plenitud es absolutamente necesario saber quién se es. Estaremos trabajando en línea con nuestras fuerzas y generando cooperación con nuestro entorno. Probablemente sea la mejor contribución que podemos hacernos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
Tengo la certeza de que es un paso necesario para construir una vida profesional con sentido.
Lo difícil, me parece a mí, no es tanto el conocimiento de uno mismo como el reconocimiento, es decir, la admisión sincera de tus propios límites. El amor propio es una anteojera gigantesca y nos marca a menudo objetivos inalcanzables.
Me invitaron hace unos años a una conferencia de Chris Gardner, el ‘broker’ de Wall Street que encarna Will Smith en la película ‘En busca de la felicidad’. El mensaje que Gardner lanzó era simple: el que persevera, triunfa, y su historia es un buen ejemplo de ello. “Cuando tienes una vocación», nos exhortó, «debes invertir toda tu energía en ella. Ese es el poder compulsivo del plan A. El plan B es una mierda. Si fuera tan bueno, sería el plan A. El plan B solo distrae del plan A”.
Es indiscutible que (en general) todos los que triunfan han perseverado, pero no todos los que perseveran acaban triunfando. Lo que pasa es que solo nos enteramos de los primeros: los Chris Gardner, los Bill Gates, los Michael Jordan. Sobre los millones que se quedan por el camino Netflix no hace series. Son gente que sigue el temerario consejo de Gardner y se aferran al plan A, en lugar de reconocerse a sí mismos e instalarse en un plan B, o C, o D.
Estoy de acuerdo con lo que comentas Miguel Ors. La historia de Gardner es muy interesante, pero puede esconder una realidad cruda y es que mucha gente no lo consigue. Hace mucho que digo que el fracaso solo vende cuando forma parte de una historia de éxito. En lo que dices de reconocer las propias limitaciones, siempre me gusta traer a colación la historia de Sam Sagaz, que Tolkien nos cuenta en el Señor de los Anillos. Cuando Sam, ante la aparente muerte de Frodo tras ser atacado por «ella, la araña» puede quedarse con el anillo y usarlo, Sam es consciente de su limitación para ello, no es lo suyo. Y lo devuelve a su poseedor que es Frodo. Siempre afirmo que un buen autoliderazgo sirve para conocer nuestro lugar, o más aún, nuestro mejor lugar en el mundo. Intentar lo contrario, más allá de aprender, mejorar y demás, no le hace ningún favor a nadie, comenzando por nosotros mismos. Y sí, estoy de acuerdo contigo, no es fácil.
Sam es, efectivamente, un gran ejemplo, un anti-Gardner. ¡Un fuerte abrazo!