Comparto una reflexión sobre una escena que me conmovió, y que me hizo pensar en cómo lideramos, cómo nos relacionamos, y cómo podemos volver a ser humanos… también en el trabajo.
El pasado domingo volví a ver Crash, la película dirigida por Paul Haggis en 2004. Es un retrato crudo y entrelazado de personajes que enfrentan los dilemas del mundo moderno: la soledad, la violencia, el desarraigo. Me recordó otra cinta aún más antigua, Grand Canyon, que también se sumerge en las grietas de la vida urbana. Ninguna de las dos ofrece historias cómodas ni finales felices.
Pero hay una escena en Crash que, desde la primera vez que la vi, me dejó marcado. Y sigue emocionándome profundamente.
El oficial de policía John Ryan, interpretado por Matt Dillon, protagoniza uno de los momentos más difíciles de la película. Al comienzo, detiene a una pareja afroamericana bajo la sospecha de haber robado el coche que conducen. Lo que sigue es un cacheo abusivo y humillante a la mujer, una escena que genera repulsión y rechazo. Es imposible no odiar al personaje en ese instante.
Más adelante, vemos a ese mismo oficial enfrentarse a una empleada de seguros, desesperado por conseguir cobertura médica para su padre. Ella le responde con frialdad, recordándole que su petición no está cubierta. Ya habían tenido un encontronazo antes. Vive una realidad muy amarga y difícil de gestionar y quizás, solo quizás, esa situación le podría haber llevado a ese comportamiento abyecto.
Y entonces llega el giro. Ryan acude a un accidente de tráfico. Una mujer está atrapada en su coche, rodeada de gasolina derramada. Es la misma mujer a la que humilló. Al verlo, ella grita que no quiere su ayuda. Pero no hay tiempo. El coche está a punto de explotar. Ryan entra, la intenta liberar, sus compañeros lo sacan para evitar que muera abrasado, pero él vuelve a entrar, arriesgando su vida. Finalmente, la salva. La toca otra vez, pero esta vez con cuidado, con respeto, con humanidad.
Esa escena me emocionó, otra vez. Porque en ella hay esperanza. Podemos liberarnos del daño que hemos causado. Podemos pedir perdón no solo con palabras, sino con hechos. Podemos permitir que quien fue herido vuelva a confiar. Y recordaba una escena de la serie The Choosen en la que en un diálogo entre Jesús y Mateo, aquél le dice a éste “no nos disculpamos para ser perdonados, nos disculpamos para arrepentirnos” Y creo que en ese segundo comportamiento de Ryan hay arrepentimiento. Y es ahí donde comienza la redención.
Y salvando las distancias necesarias, lo que podemos ver en la película es algo que no solo aplica a nuestras vidas personales. También en el trabajo, en nuestras empresas, en nuestros equipos, hay espacio para la redención. A veces tomamos decisiones que afectan negativamente a otros, nos dejamos llevar por la presión, el ego, nuestros propios problemas, la prisa, etc. A veces fallamos como líderes, como compañeros, como profesionales. Pero no todo está perdido.
Redimirnos en el ámbito laboral significa reconocer el impacto de nuestras acciones, pedir disculpas cuando corresponde, y sobre todo, actuar de forma distinta. Significa arrepentirse. Significa volver a tocar, pero esta vez con respeto, con cuidado, con humanidad. Significa reconstruir la confianza, aunque cueste.
Quizás no estaría de más detenernos un momento y preguntarnos: ¿hay algo que debamos redimir en nuestro trabajo? ¿Hay comportamientos por los que debamos disculparnos? ¿Hay alguna relación que merezca una segunda oportunidad? Sospecho que todos tenemos algo. O quizás unas cuantas cosas.
Tal vez hoy sea un buen día para comenzar a redimirnos, un día para comenzar a ser mejores personas.
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