El debate actual respecto al papel de la IA y las personas, especialmente en las organizaciones, me recuerda al debate que ya se produjo hace unos años en torno a la digitalización y el papel de las personas en la empresa. ¿De qué manera iban a convivir y a complementarse? ¿cuántos puestos de trabajo desaparecerían fruto de la digitalización?, etc.
Es constante la aparición de noticias y estudios acerca del uso de la IA en las organizaciones, sobre si los directivos están o no usando la IA para su toma de decisiones; de qué manera los departamentos de rrhh pueden usar la IA para mejorar los procesos propios de su área, etc. La IA lo llena casi todo y parece que conforme más espacio ocupa la IA menos hueco le va quedando a las personas.
Como no creo en esa visión pesimista respecto al papel de ser humano he vuelto a recordar algo que ya escribí hace unos años después de ver dos películas sobre el mundo del beisbol.
Por un lado, Moneyball que planteaba el interesante caso de cómo se produce un cambio muy importante en un equipo de béisbol, derivado de una revolución en el modo de seleccionar a sus jugadores, separándose del modelo habitual que era el que realizaban los llamados ojeadores. Estos conocían su trabajo, sabían cómo hacerlo, pero también entraban en una dinámica en la que influían en ellos sus propios sesgos, sus manías, y el modo negativo en como analizaban costumbres o hábitos de los jugadores, o el estilo con el que lanzaban o golpeaban la bola. En Moneyball, el gerente del equipo decide optar por dar más importancia a un modelo que se basa en la información que pueden proporcionar las matemáticas, la estadística y los porcentajes aplicados a la posición de un jugador de beisbol y todo ello con un enorme soporte de la informática. El objetivo no será fichar grandes jugadores (que suelen ser muy caros y es a los primeros que miran los ojeadores). Se tratará de comprar victorias mediante el fichaje de jugadores que con buenas estadísticas no son espectaculares, pero si hacen carreras que es lo que da la victoria.
Posiblemente, las estadísticas y las cifras nunca serán capaces de detectar el talento oculto de un jugador, pero la pantalla del ordenador llena de datos y cifras solo mira a una cosa: los resultados finales. Y en las organizaciones suelen mandar los resultados.
En la actualidad esta visión de lo digital, de los ordenadores, de los datos, las cifras y las estadísticas podríamos aplicarla perfectamente al uso de la IA en la empresa o, al menos, así lo veo yo.
La otra película era Golpe de Efecto. En ella un ojeador ya más que veterano, se da cuenta de que su vista ya no es la que era, pero sigue teniendo buen oído. Y eso le permite detectar que un jugador por el que muchos están pujando (incluso otros ojeadores de su mismo equipo), es un jugador con problemas para batear las bolas curvas (que vaya usted a saber qué demonios es eso). Y esa carencia puede ser muy importante de cara al rendimiento futuro de ese jugador. Asimismo, este veterano ojeador se atreve a decir en voz alta que los problemas de rendimiento de otro jugador del equipo se deben a que es un chaval muy joven que lleva mucho tiempo sin ver a sus padres y que eso está influyendo en su estado de ánimo. Ya imaginarán ustedes la cara que ponen otras personas ante esa afirmación. Pero acertó. El rendimiento del jugador mejoró notablemente cuando el equipo decidió pagar un viaje y la estancia a los padres para que acompañaran al jugador durante unos días. Sospecho que estas son las cosas que una IA no sería capaz de detectar. Ni los problemas con la curva, ni las razones profundas por las que un jugador baja en su rendimiento y, como decíamos con anterioridad, tampoco el potencial oculto de un jugador.
Llegados a este punto podemos y debemos preguntarnos si hay un modelo mejor que otro más allá de la orientación que cada una de las películas plantea.
Quizás ambas películas llevan las experiencias que narran, a situaciones un poco extremas. Yo creo que lo inteligente será que sepamos saber conjugar ambas realidades. Posiblemente la IA cada día que pase ocupará más espacio en las organizaciones, pero aun así no será capaz de comprender en toda su extensión la naturaleza de un ser humano, aunque sea un jugador perfectamente observable en su actividad diaria.
Tal vez tampoco debamos fiar todo a la intuición, la experiencia, el buen ojo, o el buen oído, pero no desechemos nada de eso alegremente en una especie de altar dedicado a la tecnología.
La IA puede ser una herramienta fantástica e imagino que le queda mucho recorrido. Pero es un recurso. Seamos inteligentes nosotros, usemos ese recurso y busquemos el punto medio como recomendaba Aristóteles.
Magnifica reflexión, Emilio.
Por completar tu propuesta cinematográfica, yo recomendaría el último libro del tándem Arsuaga-Millás, ‘La conciencia explicada por un sapiens a un neardental’, en el que el paleoantropólogo rebate que la IA pueda nunca asemejarse a la humana. Los ordenadores, argumenta, son binarios, lo recuerdan todo y tienen meticulosamente repartidas sus tareas. Los humanos, por el contrario, tenemos una lógica borrosa, recordamos lo que la amígdala fija en el neocórtex y, sobre todo, pensamos con todo el cuerpo. Esta última es una diferencia trascendental, que es la que habría determinado el surgimiento de la consciencia.
Somos, en suma, especies complementarias.
Un abrazo.
Excelente reflexión, Emilio.
Coincido plenamente: la clave está en integrar lo humano con la tecnología.
La tecnología puede optimizar, pero el juicio humano y la empatía siguen siendo insustituibles. Las organizaciones del futuro no elegirán entre ambos, sino que sabrán gestionarlos estratégicamente para innovar y crear valor. La verdadera revolución será esa combinación inteligente.
Un abrazo
Hola Nuria:
Muchas gracias por tu comentario. Creo que esa es la clave, ni el alarmismo ni la indiferencia suicida. Gestionar que es lo que el ser humano ha sabido hacer (con defectos es verdad) desde hace ya mucho.
Un cordial saludo.
Hola Miguel:
Muchas gracias por la cita. Me la guardo. Efectivamente, define muy bien lo que hay y ayuda a disipar temores.
Un fuerte abrazo.
Interesante reflexión, Emilio. Y la aportación de Emilio creo que pone la guinda.
Un abrazo
Gracias Vicente.