En nuestro blog hemos afirmado que podía ser interesante acabar el año mirando con paz lo que habíamos logrado y lo que aún está pendiente. También hemos reflexionado acerca de la conveniencia de vivir el presente como la mejor garantía de construir el futuro. David del Rosario afirma en “El libro que tu cerebro no quiere leer” que el proceso de la vida es caótico y no lineal, y, por lo tanto, pensar en el futuro tiene mucho de arriesgado siendo así que la posibilidad de precisión de una proyección cae en picado conforme nos alejamos del presente. También, recientemente, escribíamos respecto a las falacias en las que se incurre al intentar anticipar el futuro.
Define nuestro diccionario la esperanza como el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. La esperanza habita en el tiempo. Y el tiempo lo que reclama es paciencia porque a cada día le basta su afán. Y sin embargo vivimos
- Llenos de prisas
- Queremos todo y lo queremos de inmediato. Incluso el minuto que pasamos calentando un sencillo café ante un microondas nos genera ansiedad y necesidad de prisa.
- Nos falta tiempo para encontramos, detenernos y conversar con el otro.
- Vivimos nerviosos y acabamos siendo intolerantes.
- Quizás porque internet nos ha hecho creer que todo se puede conseguir a golpe de clic.
Además, demasiadas veces frente a la confianza surge el miedo; frente a la serenidad el desaliento; frente a la certeza la duda; frente al ánimo el desánimo. Alguna vez hemos afirmado que el tiempo es de Dios, pero que nosotros, los seres humanos, hemos inventado la prisa. No hay más que ver la proliferación de programas para ser más ágiles, rápidos y teóricamente más “productivos”. Y la paciencia, una virtud que para los clásicos era primera, es una virtud fundamental para que la esperanza tenga sentido. Y lo pierde cuando queremos que todo sea a la voz de ya. Y sin paciencia, probablemente no haya esperanza. Y sin esperanza ¿qué podemos esperar del futuro? Y yo, al menos, no quiero resignarme a vivir sin esperanza.
En fin, que tenemos que decidir de qué modo y manera queremos vivir. ¿Queremos que la paciencia y la esperanza formen parte de nuestra vida? Pero para que ello sea una realidad hemos de ser capaces de pararnos a contemplar, a esperar, a sentir, a mirar la belleza que nos rodea, a mirar y encontrarnos con el otro, a rechazar esa prisa que nos convierte en una especie de prolongación de la máquina.
Y probablemente, si vivimos así no seremos capaces de anticipar el futuro, ni de convertirnos en un gurú que todo lo sabe, pero tengo el convencimiento de que vivir el presente de esa manera, es dotar de sentido a nuestra vida y que la esperanza habite de nuevo en nosotros. En la esperanza anida la confianza, la serenidad, incluso la certeza de que algo bueno está por venir. Y creo que esa es una buena manera de construir, poco a poco, el futuro.
Quizás sea un buen enfoque para este 2025 que comienza.
Muchas gracias por tu reflexión, Emilio. No queremos pasar por el mal trago del fracaso, pero el remedio no puede ser dejar de intentarlo. «¿Cómo conservará alguien el equilibrio y la imperturbabilidad sin, al mismo tiempo, incurrir en la negligencia o el abandono?», se pregunta Epicteto. Y responde: «Imitando a quienes juegan a los dados». Aunque son plenamente conscientes de que están en manos de la fortuna, no por ello dejan de poner los cinco sentidos en la partida, ni de disfrutarla. ¡Feliz 2025!