Los finales de año suelen ser propicios para plantearse momentos de reflexión, para hacer algo así como un examen de conciencia y hasta un propósito de enmienda pensando en el nuevo año. Aquello de “año nuevo, vida nueva”.

Por alguna razón han venido a mi memoria los tiempos de la pandemia y especialmente los momentos vividos durante el confinamiento. Tengo para mí que, durante esos días, muchos de nosotros hicimos interiormente promesas de cambio. Ver a nuestro alrededor la cercanía de la parca, estar encerrados en casa con severas restricciones para salir a la calle incluso para hacer la compra, escuchar las noticias y las estadísticas de fallecimientos, trabajar desde casa, asomarnos por la tarde para aplaudir a nuestros sanitarios, etc. Todo ello supuso un impacto muy importante en nuestra vida del que aún arrastramos efectos, aunque no tengo muy claro si aprendizajes.

Recuerdo de esos días una imagen que aún conservo en mi memoria: El Papa Francisco hablando, ya de noche, desde una Plaza de San Pedro completamente vacía y a cubierto, bajo la lluvia en la oscuridad de la noche. El Papa hablaba de nuestras vulnerabilidades, de las superfluas seguridades que nos habíamos construido y de cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo principal que somos: seres humanos que vivimos en comunidad.

Y si nos hicimos promesas de cambio, propósitos de ser mejores personas, mejores profesionales, incluso vivir de otra manera, ¿qué fue de todo ello? Han pasado ya cuatro años desde entonces y quizás sea el momento de preguntarnos si realmente hemos cambiado, si somos mejores personas, mejores profesionales. ¿Cuánto de todo ello hemos llevado a cabo?

Quizás nuestra vida sea un permanente volver a empezar, prueba y error, caer y levantarse. Y examinar nuestra realidad con calma, tranquilidad y hasta con afecto desde lo que ya somos. Y mirar quiénes queremos ser. Algo que es legítimo y noble, pero sin olvidar que lo que ya somos hoy y ahora, es valioso. Y ese ha de ser el punto de partida.

Imagino que cualquier lector de estas líneas anhela mejorar y crecer por dentro, y hasta puede que se sienta frustrado por aquello que aún no ha logrado. Por ello, vivir estos últimos días del año pensando en lo que nos propusimos y aún no hemos logrado, mirándolo con paz, serenidad y esperanza quizás sea el mejor regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos.

Hacerlo de esa manera creo que es el primer paso para seguir creciendo y mejorando.  No se me ocurre mejor manera de finalizar el año y comenzar el nuevo.

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