Necesitamos comprender el contexto en el que vivimos. Es evidente que el mundo ha cambiado, pero a veces no somos capaces de comprender hasta qué punto. Y lo que es peor, hay demasiadas ocasiones en las que no sabemos cómo enfrentarnos a esos cambios de la forma más adecuada.
Para quien acaba de terminar sus estudios y busca sus primeras experiencias profesionales o incluso ya está inmerso en ellas, creemos que es muy necesario comprender ese contexto de cambio y como el mismo nos obliga a enfocar nuestra vida laboral y también la personal desde una perspectiva bastante diferente a como se había venido haciendo hasta no hace muchos años. Desde el taylorismo a la IA, pasando por el trabajador del saber y llegando a la actualidad, en donde la palabra talento todo lo abarca, han pasado muchas cosas en el mundo del trabajo. En el año 2012 la profesora Lynda Gratton nos ponía de manifiesto en su libro “Prepárate: el futuro del trabajo ya está aquí” que, sobre nuestro mundo, y desde hacía ya tiempo habían convergido cinco grandes fuerzas: tecnología, globalización, demografía, sociedad y recursos energéticos. Cada una de estas cinco fuerzas con sus especificidades había cambiado, y continúan cambiando nuestro mundo y también, claro está, el mundo del trabajo. Con anterioridad al libro de Gratton, el sociólogo Richard Sennett en su libro “La corrosión del carácter” nos advertía de como el capitalismo nos estaba corroyendo el carácter (algo con lo que estoy de acuerdo) y eso generaba incertidumbre y dudas respecto a cómo aprender a vivir en una sociedad y una economía centrada en la inmediatez y la impaciencia, lo que hacía muy difícil pensar en el largo plazo; y cómo desde el punto de vista del trabajo había desaparecido la vieja lealtad recíproca en unas organizaciones que comenzaban a desintegrarse, fusionarse, o simplemente desaparecer integradas en otras que las absorbían.
Poniendo el foco en el mundo del trabajo, aquello que conocimos como permanencia, seguridad, mutua lealtad, continuidad, incluso desarrollo, etc., desapareció. Todo aquello garantizaba una cierta estabilidad y la posibilidad de una proyección a futuro en términos de construir el relato de la propia vida con una cierta seguridad, aunque hubiera otro tipo de carencias. El mundo del trabajador estaba “razonablemente estructurado”. De manera muy resumida, el mundo del trabajo antes suponía una trayectoria laboral más o menos uniforme y con continuidad. Es lo que Drucker denominó en cierta ocasión como “el hombre de la empresa”. Todo eso ha desaparecido y ha traído consecuencias.
Podríamos decir, sin temor a pecar de exagerados, que quien trabaja ahora, y aún más, quien se vaya a incorporar en los próximos años se encuentra un poco “solo ante el peligro”. No es que ahora sea un “sálvese quien pueda”, pero no es menos cierto que se hace necesario por parte de quien ya está trabajando y por parte de quien se vaya a incorporar una nueva mirada. Si ahora el futuro pasa a ser una decisión propia y no de la organización; si ahora se debe asumir la responsabilidad sobre la vida profesional que se construye; si ahora se contrastan los valores propios con los de la empresa a efectos de tomar una decisión de trabajo, todo ello demanda un mayor liderazgo sobre la propia vida y para ello es necesario saber previamente quién se es y quién se quiere ser. Y, además, pensar en la manera en la que se enfoca la construcción de un presente para, a su vez, construir un futuro que antes, insistimos, venía más o menos dado, o al menos estructurado. En definitiva, autoliderarse. Y no es una tarea fácil, pero lo que está en juego es acertar para saber a qué lugar se pertenece, para saber en dónde poder realizar una mejor aportación. En definitiva, para conocer cuál es la mejor manera de desarrollar todas las propias capacidades y servir mejor al mundo.
Desde otro punto de vista, y seguramente fruto de todo lo anterior, en los últimos años hemos asistido a otro cambio en el mundo del trabajo. Y este ha tenido su origen en las nuevas generaciones que se van incorporando al mercado laboral. Lo que se ha denominado “nuevo talento”. Este nuevo talento ha cambiado, además de los cambios antes mencionados, la mirada sobre el trabajo. Ha desaparecido, al menos teóricamente, ese “vivir para trabajar” para ser sustituido por un “trabajar para vivir”; y es un trabajar en donde las exigencias hacia las organizaciones y empresas son contundentes en términos de ambiente, trato, relaciones, horario, liderazgo, retribución, etc. De manera muy resumida, podría decirse que el talento ha cambiado las reglas del juego y de la relación. De ahí esas dificultades a la hora de incorporar y fidelizar talento que tantas empresas y expertos han puesto de manifiesto.
Y este último cambio, a mi juicio, también exige un conocerse a sí mismo para poder liderar el propio talento y la propia vida. No es suficiente la exigencia de cambios en el modo de gestionar el trabajo por parte de las organizaciones. Hay que trabajar mucho para generar valor en todas las direcciones y no solo en la de los accionistas, y aunque sea despacio, ir creando un modelo de trabajo más sensato, más focalizado de verdad en la persona y que alivie esa corrosión a la que aludía Sennett.
Nosotros, desde Senderos de Silencio, con modestia, pero con una profunda convicción, estamos convencidos de que cuánto más libres seamos, y eso es liderar el propio talento, más posibilidades existen de construir una vida sostenible, vivir con propósito y generar un legado de valor para los que vengan después. A todo esto dedicamos nuestro primer taller del programa Autoliderazgo: lidera tu talento.
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