He de reconocer que cuando he escuchado a algún directivo hablar sobre la importancia de poner el foco en el cliente no he podido evitar acordarme de algo que hace ya muchos años escribió Dostoievski en su magnífico libro “Los hermanos Karamazov”

«Amo a la humanidad, pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular, individualmente. Más de una vez he soñado apasionadamente con servir a la humanidad, y tal vez incluso habría subido el calvario por mis semejantes, si hubiera sido necesario; pero no puedo vivir dos días seguidos con una persona en la misma habitación: lo sé por experiencia. Cuando noto la presencia de alguien cerca de mí, siento limitada mi libertad y herido mi amor propio. En veinticuatro horas puedo tomar ojeriza a las personas más excelentes: a una porque permanece demasiado tiempo en la mesa, a otra porque está acatarrada y no hace más que estornudar. Apenas me pongo en contacto con los hombres, me siento enemigo de ellos. Sin embargo, cuanto más detesto al individuo, más ardiente es mi amor por el conjunto de la humanidad.”

Y he vuelto a recordar el texto de Los hermanos Karamazov, observando como como coincidían en el tiempo y en la misma persona ese amor en abstracto a la humanidad (cliente), mientras que también se manifestaba esa falta de amor a los hombres en particular que estaban más cercanos o incluso en la misma habitación (trabajadores). Y me preguntaba cómo era posible vivir en esa aparente contradicción y seguir perorando sin límite, aunque eso sí sin la belleza de Dostoievski.

Pues es más habitual de lo que se puedan imaginar. Y no creo que eso sea bueno.

Share This