En YouTube circula un breve vídeo titulado “Influencia Social” o también “El experimento del ascensor”. En él se muestra una escena curiosa: varias personas entran en un ascensor y, en lugar de mirar hacia la puerta, se colocan todas mirando hacia la pared del fondo o a la pared de un lado. Al poco tiempo, un nuevo pasajero entra, mira desconcertado, duda un instante… y finalmente imita al grupo.

Nadie se lo pide, nadie le obliga, pero acaba adoptando la misma postura que los demás.

No hay una orden. No hay una norma explícita. Solo la fuerza silenciosa de la influencia social.

Este pequeño experimento revela algo profundo e interesante sobre nuestra naturaleza humana: tendemos a adaptarnos al entorno, incluso aunque eso nos aleje de lo que pensamos o sentimos. Quizás nos puede el sentimiento de pertenecer, evitar el juicio, no ser mirado como “el raro”. Y, casi sin darnos cuenta, giramos en la dirección de la mayoría como hace quien va en el ascensor.

Y la pregunta que debemos hacernos es si eso ocurre también fuera del ascensor. En el trabajo, en los estudios, en nuestras decisiones personales, ¿cuántas veces acabamos mirando hacia donde todos miran, aunque nuestra mirada interior quisiera dirigirse a otro lugar?

Ahí es donde aparece el verdadero sentido del autoliderazgo. Autoliderarse no es una consigna de autoayuda ni una afirmación de independencia. Es un acto de conciencia y coherencia. Significa parar, pensar y hacerse las preguntas pertinentes y necesarias.

¿Esto que estoy haciendo ahora es coherente con mis convicciones o me estoy dejando llevar? ¿Es una decisión libre y pensada, o no?

Liderar la propia vida es ser plenamente consciente de las elecciones y decisiones que tomamos; es tomar las riendas del propio talento y hacerse plenamente responsable de la vida que se está construyendo. Implica sostener la dirección interior incluso cuando no coincide con la del entorno. Y no es tanto una cuestión de rebeldía sino de lucidez y respeto. Es vivir plenamente y con serenidad los dones que se han recibido, sin dejarse seducir por ellos.

Quizá la escena del ascensor no sea más que una anécdota, pero guarda una enseñanza profunda: si no lideramos nuestra vida, alguien acabará haciéndolo por nosotros.

Y tal vez acabemos mirando hacia una pared que nunca quisimos contemplar. Una pared que acabará convirtiéndose en un muro.

Cada día tenemos la oportunidad de construir lo que somos y estamos llamados a ser. Cada día tenemos la oportunidad de liderar nuestra vida.

¿Lo haces?

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