En la parte final del mes de agosto quizás sea el momento de poner negro sobre blanco algunas de las reflexiones fruto de la siempre grata lectura del tiempo de verano. Además, días atrás Carlos Ares publicaba en Linkedin una referencia a un reciente libro de Jeffrey Pfeffer titulado “El trabajo nos está matando” y eso me hizo recordar una muy reciente lectura. Les cuento.
El pasado mes de Julio leí un viejo artículo del año 1974 titulado “Un trabajo insano no puede producir una sociedad sana”. Su autor era Ernst F. Schumacher, un economista fallecido en 1977 con una visión diferente de la economía, de la vida y del mundo. Quizás su libro más conocido haya sido “Lo pequeño es hermoso”.
Su artículo comenzaba citando un texto que en esas fechas había aparecido en el periódico The Times.
Dante, cuando compuso sus visiones del infierno, podría muy bien haber incluido el aburrimiento sin sentido y repetitivo de trabajar en una línea de montaje de una fábrica. Destruye la iniciativa y descompone el cerebro, y no obstante, millones de trabajadores británicos dedican a ello la mayor parte de su vida.
Escribía también que, si alguien afirmase que como consecuencia de ciertos trabajos o actividades del ser humano se hubiesen descompuesto los cerebros de pájaros, focas o de otros animales salvajes en cualquier lugar de África, tal afirmación habría sido o refutada o tomada como un desafío muy serio. Asimismo, si alguien hubiese afirmado que los cuerpos de miles de trabajadores se estaban “descomponiendo” eso habría hecho saltar multitud de alarmas.
En cambio, señalaba, en multitud de fábricas diariamente los cerebros, las mentes y las almas de miles de trabajadores se descomponen a diario sin que ello genere sorpresa, indignación o similares. Es como algo que está asumido.
Tengo para mí que algo de eso sigue pasando hoy en día, no solo en las líneas de montaje (aunque cada vez haya menos) sino también en multitud de otros puestos a los que nos podríamos referir con el concepto genérico de “servicios”. Y digo todo esto, además, después de revisar la lectura de algunos datos de la STATE OF THE GLOBAL WORKPLACE de GALLUP en los que se afirma que solo un 23% de los trabajadores a nivel global se sienten felices en su puesto de trabajo. Un porcentaje que al referirse a España se reduce al 10%. Y volviendo a nuestro país los datos hablan de que 1 de cada 4 trabajadores se siente triste en su puesto de trabajo. Y la misma proporción es la que existe de trabajadores comprometidos con su puesto.
Escribimos, escribimos y escribimos sobre el talento. Hablamos y pronunciamos conferencias sobre el talento utilizando la mayor parte de las veces grandilocuentes palabras (preferentemente anglicismos), pero no nos preguntamos (o quizás no lo suficiente) si en muchos trabajos que nos rodean, y que forman ya parte de nuestra vida cotidiana, quiénes los desempeñan asisten frustrados día a día a la propia descomposición de su cerebro. Y no es solo que se produzca esa descomposición. Es también lo que se puede estar perdiendo, las posibilidades a las que por esa descomposición todos estamos renunciando. Y yo creo que esa es una pérdida doble. Y de eso hablamos poco. Posiblemente estemos más interesados y combativos frente a la posibilidad de que eliminen a un porcentaje de las cotorras argentinas que invaden nuestras ciudades o cosas similares.
Parece que Henry Ford dijo aquello de que si pedía dos manos no necesitaba también un cerebro. Lo que me sorprende es que muchos años después, aún haya multitud de empresas y puestos de trabajo en los que se sigue pensando lo mismo.
Schumacher nos avisaba ya en 1974. Han pasado desde entonces 50 años. Y no, tampoco ahora salta ninguna alarma, ni hay escándalos al respecto. Yo creo que eso no es una buena señal.
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