En la tradición católica del Jueves Santo se repite un rito llamativo y curioso, muy curioso. El lavatorio de los pies. Recuerda el momento, tras la última cena, en el que Jesús de Nazareth decide arremangarse (perdón por la expresión) y limpiar los pies a sus discípulos. Y el momento que estaba viviendo no era precisamente de optimismo, dado que sabía perfectamente la que se le venía encima: la traición de uno de los elegidos, las negaciones de otro, la huida de la práctica totalidad de sus discípulos y, finalmente, la tortura y la muerte. Y aún así, decidió tener ese gesto.
Pongamos el foco en el mismo. El que probablemente ha sido el personaje más admirado de la historia, un ejemplo claro de liderazgo y de capacidad de influencia decide lavar los pies a sus seguidores. Y más allá de si eres o no creyente conviene dedicarle un momento a ese gesto: humildad, servicio, disponibilidad, ejemplaridad, y muchos más adjetivos que quieras poner. Y ya lo expresó en otro momento, vino a servir y no a ser servido.
Y pensando en tanto mandamás, en tanto jefe y en tanto líder que hay por ahí suelto no estaría mal que se tomase ejemplo. Y no digo yo que se pongan a limpiar los pies a sus colaboradores con una toalla y una jofaina, pero si que aprendieran un poco de ese sentido del servicio, de la disponibilidad, de dejar de pensar en que se es el más importante y que en el cargo que ostentan debiera haber mucho más de servicio que de servirse.
Y tengo la certeza, casi absoluta, de que las cosas irían mucho mejor.
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