En el cine, como en la vida, a veces las lecciones más profundas sobre como trabajar con las personas y, en su caso, liderarlas no provienen de grandes ejecutivos en rascacielos, sino de personajes inesperados. Este es el caso de la película «Golpe de Efecto» (2012), dirigida por Robert Lorenz y protagonizada por un Clint Eastwood en el papel de Gus Lobel, un veterano y cascarrabias ojeador de béisbol con una visión deteriorada desde el punto de vista físico, pero mucho más capaz que su entorno de ver más allá de las estadísticas.

Una escena en particular nos regala una reflexión poderosa y directamente aplicable al cuidado de las personas en nuestras organizaciones. ¿Qué hacemos cuando un empleado de alto potencial empieza a fallar?

La trama nos cuenta de un joven jugador prometedor cuyo rendimiento ha caído en picado. La reacción inmediata del comité directivo es la que, tristemente, a menudo vemos en el mundo corporativo: analizar las métricas, considerar su salida, y tratar el problema como un simple activo defectuoso que debe ser reemplazado. Se habla de traspasarle, de «deshacerse de él».

Es entonces cuando Gus, el personaje de Eastwood, ofrece un diagnóstico radicalmente diferente. Con su laconismo característico, apunta a la raíz del problema: «El chico echa de menos a sus padres, no está acostumbrado a vivir solo». Su observación es recibida con escepticismo, miradas de reojo y comentarios que la tachan de irrelevante. Para los demás, el problema era el bajo rendimiento; para Gus, el bajo rendimiento era solo el síntoma,

Conforme avanza la película descubrimos alguna novedad respecto a ese mismo jugador. Su rendimiento ha mejorado de manera notable. El viejo ojeador revela la clave: el club finalmente escuchó su consejo e invirtió en traer a los padres del joven para que pasaran un tiempo con él.

El efecto en su moral y estado de ánimo fue inmediato y, como consecuencia directa, su desempeño en el campo se disparó. En esta ocasión, solo una voz se atreve a cuestionar «el coste» de los billetes de avión y el alojamiento, una objeción que queda silenciada por la abrumadora evidencia del éxito.

Podemos pensar en esta historia como algo meramente emotivo, pero es algo más. Es una potente lección de un veterano sobre cómo gestionar a las personas. Algo que todo manager debiera interiorizar.

Y ¿qué aprendemos? A mirar más allá de la métrica. Los KPIs, los informes de ventas o los OKRs nos dicen el qué, pero rara vez explican el porqué. Un líder eficaz indaga en la causa raíz, que a menudo puede residir en la esfera personal y emocional del individuo.

La empatía en este caso tuvo un ROI tangible. El pequeño coste de traer a los padres del jugador fue una inversión con un retorno altísimo: recuperaron un talento valioso, fortalecieron su compromiso y, en última instancia, mejoraron los resultados del equipo. ¿Cuál suele ser el coste de no invertir en el bienestar de nuestra gente? Sospecho que algunos términos habitualmente familiares: rotación, bajo rendimiento, escaso compromiso y un clima laboral tóxico.

Cuidar no es entrometerse, no es hacer microgestión. El argumento de nuestro veterano ojeador no era ser el mejor amigo del jugador ni invadir su privacidad. Era entender el contexto de la persona para así poder ayudarla. Crear un entorno en donde quien trabaja sienta que quien manda se preocupa por ellos como seres humanos, no como meros «recursos».

En una era que glorifica el bienestar, la salud mental y la experiencia del empleado, la solución parece bastante sencilla: hacer un esfuerzo genuino por saber con quién trabajamos.

No se trata de una moda ni de «buenismo». Se trata de una estrategia empresarial inteligente y, sobre todo, de una responsabilidad ética. Porque no gestionamos objetos, sino que lideramos personas. Y quizá, el mayor «golpe de efecto» que podemos dar como líderes es recordar que detrás de cada cargo, de cada email y de cada resultado, hay una persona con su propia vida, sus propias batallas y sus propias necesidades.

Comprender todo eso tan solo requiere la valentía de mirar más allá de lo evidente. Un veterano ojeador supo hacerlo perfectamente.

Y tú, ¿qué «golpes de efecto» has visto o aplicado en tu organización que pongan a las personas primero? Me encantaría leer tus experiencias en los comentarios

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