Siempre me llamó la atención contemplar aquellos carteles que acompañaban a ciertas movilizaciones sociales porque casi siempre contenían el adverbio “ya”: soluciones ya, convenio ya, intervención ya, etc. Era un ya enfático, inmediato, de ahora mismo.
Tengo para mi que la sociedad en la que vivimos ha convertido de forma definitiva ese “ya” en un nuevo imperativo para todo lo que forma parte de nuestras vidas. Todo se ha vuelto inmediatez. No hay tiempo para el tiempo, para el largo plazo, para aprender de los errores, para tener una cierta perspectiva. Es una inmediatez que además suele ir acompañada de cierto espectáculo como hace ya tiempo nos recordaba Mario Vargas Llosa.
En “La corrosión del carácter” Richard Sennett definía el carácter como el modo de ser peculiar y privativo de las personas por sus cualidades morales. Afirmaba que el carácter se centraba en el largo plazo de nuestra experiencia emocional y si esto es así, Sennett planteaba algunas preguntas muy oportunas, interesantes y retadoras.
¿Cómo decidir lo que es de valor duradero en nosotros, en una sociedad que se impacienta y está centrada en lo inmediato?
¿CóMo conseguir metas a largo plazo en una economía entregada al corto plazo?
No deja de sorprenderme que conforme aumentan nuestras posibilidades de vivir más años, parece que vivimos más deprisa, en esa nueva cultura de la inmediatez que hace que nos movamos, con demasiada frecuencia, como pollos sin cabeza. Y esa cultura de inmediatez y de ausencia de calma nos hace sentir, falsamente, que somos dueños de nuestras vidas porque de modo constante estamos haciendo algo, estamos ocupando nuestro tiempo, eso sí con prisa. Creo que es una sensación falsa, porque como nos recuerda Cervantes “las obras que se hacen con prisa nunca se acaban con la perfección que requieren”
Frente a esa prisa, frente a tanta inmediatez debiéramos dejarnos interpelar por la realidad y por la vida, debiéramos prestar más atención a lo que sucede y dejar de pensar que somos los únicos y exclusivos protagonistas de una vida que estamos dejando que suceda transcurra sin calma y sin sosiego. Claro que hay cosas urgentes y que han de ser inmediatas, pero no la totalidad de nuestra vida.
No hace mucho, encontré en Spotify una música de unas monjas clarisas de Arundel, en Gran Bretaña. La canción se titulaba Gaze, consider, contemplate. Escúchenla, merece la pena dejarnos interpelar por la realidad y por la vida.
El cortoplacismo y la búsqueda de resultados y/o placer inmediato rara vez arroja buenos resultados. Aunque hay excepciones: Mozart y Johan Strauss hijo componían con una facilidad insultante y Offenbach alardeaba de que podía poner música a la guía de ferrocarriles, a los simples mortales nos cuesta todo mucho. Pero no es fácil disciplinarse, ser paciente y, sobre todo, conseguir que tus inversores lo sean. Buena reflexión.
Querido Miguel:
Gracias por tu comentario. El otro día visitando una de las catedrales de Castilla y León contemplaba su belleza y leía los años que se había tardado en construir. Me di cuenta de todo el sentido que tuvo para aquellos que la construyeron el mero hecho de hacerla y saber que no la verían terminada porque morirían antes. La belleza, y no solo en lo puramente físico, creo que exige tiempo y serenidad.
Un fuerte abrazo.