Permítanme mis pacientes lectores que comience estas líneas con una cita de un santo del siglo pasado:

“Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre. Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza»

San José María Escrivá de Balaguer.

La modernidad viene declarando con insistencia que todos aquellos trabajos que «no aportan valor» están condenados a desaparecer engullidos por la tecnología y la evolución de los tiempos. Muchas veces, esas afirmaciones hasta son expuestas con cierto desdén.

Mira tú por donde, que en estos tiempos que nos ha tocado vivir, muchos de esos trabajos están resultando  imprescindibles y nos están salvando el culo permitiéndonos mantener una cierta normalidad de vida. Por todo ello mi reconocimiento y agradecimiento a esos anónimos tenderos de barrio, reponedores, cajeros de supermercado, camioneros, repartidores, teleoperadores, estibadores, conductores de autobús, personal de limpieza y tantos otros que ahora no soy capaz de recordar.

Cuando se habla de la desaparición de ciertos trabajos sospecho que se olvida con mucha frecuencia que detrás de ellos hay personas, no celdas de Excel. Como nos recuerda el citado santo, la dignidad del trabajo está en quien lo desempeña, está en el valor de la persona que se pone al frente del mismo, está en el amor con el que se hace, está en el servicio que se presta a la comunidad.

Desconozco como será el futuro y lo que sucederá. Pero si tengo algo muy claro, si olvidamos al ser humano y seguimos pensando sólo en términos de precio y rentabilidad (aunque lo envolvamos con la palabra valor), estaremos cometiendo un enorme error, aunque todo llegue a ser aún más tecnológico y moderno.

Lo que estamos viviendo nos está enseñando algo fundamental y es que la diferencia la está marcando la dignidad, el amor, el servicio, el esfuerzo y hasta el sacrificio de muchas personas.

Todos somos y debiéramos seguir siendo importantes e imprescindibles. Si no lo hacemos así es que no habremos aprendido nada de esta experiencia que nos ha tocado vivir.

Sinceramente, espero que no nos equivoquemos porque, en cierto modo, todos somos héroes.

 

Share This