De “El principito”.

Buenos días, dijo el principito.

Buenos días, dijo el vendedor.

Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que calman la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.

¿Por qué vendes eso? dijo el principito.

Es una gran economía de tiempo, dijo el vendedor. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.

¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?

Se hace lo que se quiere…

«Yo – se dijo el principito – si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría lentamente hacia una fuente…“

Hace mucho leí que el tiempo era de Dios y que los seres humanos habíamos inventado las prisas. Con el tiempo, tenemos una extraña y dependiente relación. Siempre nos parece poco, ya nunca escucho aquella expresión que con frecuencia usaba mi madre cuando decía “me ha cundido el día”. Nos cuesta prestar atención más allá de un cierto tiempo. Todo son prisas (todo es para ayer) y poco a poco nos hemos acostumbrado a vivir en la inmediatez. Decía Quevedo que somos vasallos del tiempo y “no tengo tiempo” se ha convertido en una de nuestras frases favoritas.

Quizás no estuviera mal caminar lentamente hacia una fuente.

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