Según el State of the Global Workplace 2023 de Gallup, solo un 10% de los trabajadores españoles se siente feliz en su trabajo. A nivel global, la cifra es del 23%, todavía baja, pero más del doble que la nuestra.
En España, apenas uno de cada diez trabajadores se declara comprometido con su puesto. Un 36% vive con estrés diario. Uno de cada cuatro está triste mientras trabaja. Todos estos son datos que ya hemos comentado en la páginas de este blog.
Pero siguen siendo datos que invitan a detenerse y a pensar.
¿Se ha convertido el trabajo en una fuente de malestar? ¿Ha dejado de ser un sinónimo de realización, de esfuerzo compartido, de contribución a algo más grande que uno mismo? ¿Lo fue alguna vez?
En su análisis de 2023 Gallup nos recuerda que los directivos son responsables del 70% de la variación en el compromiso de sus equipos. Entonces ¿se están marchando las personas de las empresas por causa de los jefes, por lo que éstos permiten y toleran, por las incoherencias entre lo que se proclama a los cuatro vientos y la realidad del día a día? Jeff Clinton, CEO de Gallup, lo resume con claridad: “Es necesario cambiar la forma de gestionar a las personas”.
Pero ¿está cambiando esa forma de liderar o como nos recordaba Lampedusa parece que todo está cambiando para que todo siga igual?
¿Somos conscientes de que hoy las personas, y especialmente las nuevas generaciones buscan algo más? Quizás no buscan solo un salario (cuando muchas veces es de miseria), quizás están buscando un sentido, un propósito. Quizás están buscando un entorno de confianza y no de mero control.
Una de cada cinco bajas laborales en España ya está relacionada con la salud mental. Desde 2018, las bajas por este motivo han crecido un 111%. Es un dato malo: el malestar psicológico se ha colado en oficinas, fábricas y despachos.
Personas que podrían seguir aportando eligen jubilarse antes, aun perdiendo dinero, solo para dejar de trabajar. Y las generaciones más jóvenes, pueden plantearse preferir el desempleo antes que una vida profesional sin sentido.
Ante esta situación, muchas empresas han llenado su discurso de palabras como engagement, wellbeing o felicidad laboral. Pero con frecuencia, detrás de esas palabras hay poco más que gestos cosméticos, mucho continente, pero poco contenido. Parece que hay un empeño en curar con incentivos lo que probablemente sea una herida de sentido, de propósito. ¿Se puede estar convirtiendo el engagement en un espejismo?
Y no creo que podamos resolver esta situación acudiendo a explicaciones simples: pereza, generación de cristal, etc. Ese malestar está muy extendido en todas las generaciones. Sospecho que lo que hay es hartazgo.
Hace años había una canción de un grupo que se llamaba Mediterráneo. En su letra podías escuchar “no, no, no, no es que estemos cansados es que estamos hartos de tanto mendigar”
Quizás el problema no esté solo en las empresas, sino en lo que estamos dejando convertir el trabajo. Y de ese proceso pueden que haya muchos culpables, pero no son solo “los otros”
Hemos reducido el trabajo a resultados, métricas y productividad, olvidando que también es espacio de crecimiento, de servicio, de relación y de creación de belleza. Y si el trabajo se desconecta del sentido, del propósito, puede suceder que nuestro interior se apague y el trabajo se acabe convirtiendo en una carga que nos agote y por la que acabemos teniendo que mendigar.
Pero yo creo que no todo está perdido. Trabajar, en el fondo, sigue siendo una forma de contribuir al mundo, una forma de crecimiento, de realización, de encuentro con otros, de aportación y de sentido.
Creo que todos estamos llamados a dejar de “mendigar” y plantear batalla, aunque sea desigual, como decía Don Quijote.
El reto que tenemos por delante me parece una maravilla: convertirnos en sujetos del trabajo, no en objetos ni en recursos. Es responsabilidad de todos.
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