Anónima

Había una vez un visitante de un monasterio que contemplaba como un monje estaba sacando agua de un pozo. Lleno de curiosidad por la vida de los monjes, se dirigió al mismo y le lanzó una pregunta ¿usted perdone padre, pero para qué sirve el silencio? El monje le dijo que se acercara al borde del pozo y que mirara en el momento en el que el cubo entraba en el agua y toda esta se removía. Le preguntó ¿Qué ves? Nada, está todo como borroso. Entonces el monje subió el cubo lleno. El agua del fondo se aquietó y el monje le dijo al visitante que mirara de nuevo y le preguntó ¿qué ves ahora? El visitante respondió que ahora veía su propio rostro reflejado. Entonces, el monje le dijo; eso es lo que logra el silencio.

Nuestro mundo profesional y personal es excesivamente ruidoso y, además, vivimos llenos de un potente ruido interno. Tanto nos hemos acostumbrado al ruido que cuando vivimos momentos de silencio pareciera que tuviéramos necesidad de evitarlo. Somos casi incapaces de estar con otras personas y mantener el silencio, enseguida nos sentimos incomodos y habitualmente nos lanzamos a hablar. Muchas veces, huimos del silencio.

Quizás sea porque el monje tenía razón y es en el silencio donde podemos vislumbrar nuestro verdadero rostro y pudiera ser que eso nos diera algo de miedo el quedarnos a solas con nosotros mismos y descubrirnos como somos en lo más hondo. Ver nuestro verdadero rostro puede que sea lo que estamos necesitando después de vivir lo que hemos vivido y lo que seguimos viviendo.

Recuerda lo que decía Thomas Carlyle “el silencio es el elemento en el que las cosas grandes se adaptan entre sí”.

Pregúntate si tú eres importante y grande.

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