Leía el otro día una historia conmovedora. Una persona relataba como una compañera recibía por teléfono la noticia del fallecimiento de una familiar muy querida después de batallar contra una enfermedad terminal. Su reacción fue emocionarse mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Recogió nerviosa su mesa mientras trataba de contener su emoción para irse. Hasta ahí todo normal. Lo sorprendente es que quien escribía la historia narraba que nadie alzó la cabeza para mirar a su compañera, nadie se acercó a ella para darle un sencillo pésame. Sus “compañeros” siguieron con su trabajo. Solo la narradora se acercó a esta persona y abrazándola le dijo que lo sentía mucho.

Conocer esta historia me hizo recordar otra historia que había leído hace tiempo y que hemos utilizado en nuestro trabajo como consultores. La historia se publicó en un suplemento del periódico EL PAIS. En ella una persona contaba la puesta en marcha de un taller para mejorar la comunicación en la empresa. Los trabajadores que participaban en el taller llevaban entre dos y cinco años trabajando juntos. Como parte del taller se les propuso que escribieran en un papel algún detalle personal sobre ellos que tuvieran la certeza de que los demás no conocían. La intención era leer cada uno de los papeles en público y pedir al grupo que acertara quién lo había escrito.

Quien dirigía el taller comentaba que al recoger los papeles pensó que no se había explicado bien, porque en ellos había escritas cosas obvias como «tengo un hijo», «estoy separado» o «he estudiado ingeniería». La verdadera sorpresa vino cuando al leerlos, todos fueron absolutamente incapaces de acertar a quién correspondía cada afirmación.

Ante el relato de la soledad del compañero que pierde a un familiar y en su sufrimiento solo una persona fue capaz de confortarle con un abrazo en ese momento, y ante la historia publicada en el periódico, no puedo evitar hacerme preguntas respecto a lo que nos está pasando:

¿Por qué puede llegar a suceder esto en un entorno laboral?

¿Cuáles son las razones para una frialdad de este tipo?

¿Hasta que punto nos estamos despersonalizando?

¿Cuál es la calidad de nuestras relaciones en el entorno de trabajo?

¿Nos hace ser mejores profesionales ese distanciamiento personal?

¿Estamos confundiendo el concepto amistad con el concepto compañero?

No debiéramos olvidar, pese a la posmodernidad, que el trabajo es un bien del ser humano, que a través de este transformamos la naturaleza y lo que nos rodea de diferentes maneras; y que, además, a través del trabajo nos realizamos a nosotros mismos como seres humanos, “haciéndonos más humanos”

No debiéramos olvidar, tampoco, esa vieja máxima africana que nos dice que “una persona es una persona a través de otras personas”.

Ser compañero de trabajo significa que hay confianza, que me puedo fiar de la otra persona, que tengo la certeza de que la otra persona no me dejará tirada y que esa persona confía en que yo seré responsable con mi trabajo. Y eso no significa que haya amistad, ni ganas de compartir el fin de semana.

Pero mala confianza habrá si ni siquiera soy capaz de decir un lo siento, si ni siquiera soy capaz de levantarme y dar la mano con mi pésame, si ni siquiera se nada de la vida de aquellos con los que trabajo.

El trabajo me dignifica no solo por lo que hago sino también por como lo hago y de que manera colaboro con otros en la búsqueda de esa contribución.

Quizás no tenga respuestas a las preguntas antes planteadas, pero si tengo muy claro que dos de las preguntas básicas que debemos hacernos es acerca de la calidad de nuestras relaciones en el entorno de trabajo y acerca de si nos estamos despersonalizando cada día más. Y todo ello fruto de las prisas, del ruido, del mirar al otro como un objeto y no como un sujeto que puede engrandecerse con su trabajo en colaboración con el mío.

Por ese camino todos acabaremos siendo objetos y nadie importará.

 

 

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