Me encuentro esta mañana con lo que parece ser un texto que fue escrito por el califa Abderraman III cuando tenía 70 años y estaba en el lecho de muerte, dejó escrito lo siguiente: «He reinado cincuenta años en Córdoba. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce, y no todos seguidos».
¡Qué curioso! Alguien que parece haber tenido todo lo que hoy, aparentemente, muchos podríamos desear: poder, placer, riqueza, reconocimiento y toda posible bendición terrena. Y, sin embargo, al final de sus días reconoce que a lo largo de toda su vida solo ha sido feliz en 14 días.
Si esta historia es cierta es posible que nos pueda dejar algunas reflexiones. Quizás la más evidente es que no siempre es posible ser feliz en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. La vida está llena de cumbres y valles, de subidas y bajadas; de momentos de alegría y de dolor; de certezas y de incertidumbres; de amor y de desafección. De vida y de muerte. Todo eso nos acompaña a lo largo de nuestra existencia. Aprender a gestionarlo, a vivir con ello es algo esencial y fundamental para vivir con esperanza.
La segunda reflexión que me surge es que muchas veces ponemos la meta de nuestra felicidad en poseer cosas (coche, casas, dinero, etc.) o en ocupar posiciones de importancia social o profesional. Nos imaginamos y nos proyectamos al futuro de esa manera creyendo que eso nos hará felices y sentirnos satisfechos con la vida y con nosotros mismos. Y puede que Abderraman nos esté enviando un mensaje al que quizás debiéramos hacer caso.
En fin, no se. Creo que cada uno ha de sentirse libre en poner su mirada donde estime que debe hacerlo. Creo que cada uno debe luchar por aquello que crea que le hará ser feliz. Quizás estas fechas animen a dedicar un tiempo a pensar acerca de la vida que llevamos y acerca de cómo la estamos viviendo.
Pero, la convicción que si tengo es que al final de nuestra vida debiéramos poder mirar atrás y preguntarnos acerca de lo que hemos sido para nosotros y para los demás; y no tanto de lo que hemos poseído o de la posición que hemos ocupado.
Desde mi punto de vista Tolkien lo expresó con una enorme belleza en un pasaje de su libro El Señor de los Anillos cuando el Rey Theoden sabiendo que abandonaba esta vida expresaba que volvía con sus padres “en cuya poderosa presencia no he de sentir vergüenza”
Desconozco si llegado ese momento yo estaré en condiciones de concretar el número de días en los que haya sido plenamente feliz. La certeza que sí tengo es que seré feliz si puedo afirmar lo mismo que el Rey Theoden.
Hoy voy a ser feliz porque voy a poner el foco en todo lo bueno que la vida me ha regalado
Gracias, María de las Nieves.
Nos perdemos en la mediocridad, y en lo inmediato.
No nos hemos parado a reflexionar ni a valorar, todo lo ocurrido a lo largo de nuestra vida.
No esperemos a llegar a nuestro lecho de muerte, para darse cuenta del tiempo perdido.
Tienes toda la razón Alfonso. Gracias por tu comentario. Un fuerte abrazo.
Tu post me ha recordado una biografía de san Agustín que leí hace años. Contaba que, poco después de abandonar su vida de crápula y convertirse al cristianismo, se recluyó en una finca cerca de Milán, para dedicarse al estudio y la meditación. Pensaba que de esa manera encontraría un camino de realización personal, pero descubrió para su sorpresa que, como la gracia, la sensación de plenitud no es algo que dependa de nosotros, sino que nos llega cuando le da la gana a ella. A veces, durante un paseo, sin que hayamos hecho nada en particular, y a veces después de un gran esfuerzo, como una maratón o un año de universidad. Sin duda, determinadas actividades la propician más que otras, en particular las que nos sumen en un estado de flujo: por ejemplo, el tiempo discurre veloz cuando escribimos en estado de inspiración. Eso no significa, sin embargo, que el mero acto de escribir nos vaya siempre a inundar de dicha. Puede ser una auténtica tortura. Wenceslao Fernández Flórez decía que los artículos malos le costaban mucho más que los buenos y que le había propuesto a Torcuato Luca de Tena que le regalaba los buenos a condición de que le pagara el doble por los malos. ¡Muchas gracias por tu reflexión!