“Una historia verdadera” es una película dirigida por David Lynch en 1999 que nos cuenta la historia de Alvin Straigh, un hombre ya viejo y con notables achaques físicos que vive en una población de Iowa con una hija con cierta discapacidad (aunque él prefiere hablar de ella como de una persona un poco especial) y que recibe la noticia de que su hermano Lyle, que vive en Wisconsin ha tenido un infarto de miocardio. Hace más de diez años que no se habla con su hermano.
En el año 2013 escribí sobre esta película que ayer repusieron en un canal de TV. Volver a verla me ha llevado a retomar aquellas notas y añadir alguna otra reflexión.
Alvin hará un viaje de más de 500 kilómetros para ver a su hermano y para su desplazamiento no usará un medio de transporte convencional, su viaje lo hará en una cortadora de césped a la que acoplará un pequeño remolque que le servirá para dormir y llevar las provisiones necesarias para el viaje.
Durante varias semanas recorrerá su camino por las largas carreteras y por los hermosos paisajes de las llanuras americanas. Aquellos con los que se encuentra no podrán esconder su asombro ante la aventura de Alvin. En todos los casos dejará algo de esa sabiduría que otorga, casi siempre, la experiencia y la edad, y que como él dice le permite “poder despegar el grano de la paja”.
Su viaje al encuentro de su hermano tiene todos los componentes de la penitencia por lo que pasó entre ellos, de la búsqueda de la redención y del reencuentro por el perdón. Tiene que hacerlo en su máquina de cortar césped, no quiere un viaje en autobús y rechaza amablemente la posibilidad de que alguien le lleve en coche. Aprendemos junto a Alvin que la redención y el perdón no son cómodos ni sencillos.
El ritmo de la película, acompañado de la maravillosa música de Angelo Badalamenti, nos muestra claramente que lo importante es diferente de lo urgente, que las prisas no suelen ser buenas consejeras, que la vida merece la pena ser vivida de manera reflexiva y contemplando. Toda la película rebosa sencillez, belleza y un lenguaje que nos habla de familia, amor, Dios, reconciliación, perdón y hasta penitencia.
Casi todo lo contrario de lo que de forma mayoritaria vivimos hoy en nuestra vida profesional y particular.
La escena final del reencuentro entre Alvin y Lyle es una auténtica gozada. Casi no hay diálogos, solo una mirada, redención y perdón desde lo más profundo del alma. Ambos mirarán al cielo como cuando eran niños.
Una maravilla de la que disfrutar y aprender.
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