En el año 1946 William Wyler dirigió una magistral película titulada “Los mejores años de nuestra vida”. Protagonizada por algunos de los mejores actores del momento como Mirna Loy, Fredric March o Dana Andrews, etc. Obtuvo siete Oscars, entre ellos el de mejor película, director y actor.

En “Los mejores años de nuestra vida” asistimos al regreso a casa de tres soldados estadounidenses tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Cada uno de ellos ha estado en un frente. Regresan con heridas físicas (es impresionante saber que a uno de los actores le faltaban realmente las manos) y heridas en el alma. No se conocían de antes y coincidirán en el avión que les lleva de regreso a su ciudad. Ahí comenzarán a fraguar su amistad.

El mundo que se encuentran cuando regresan a casa ha cambiado, la vida sigue su curso y no parece que haya habido una guerra en el mundo, no parece que nada haya sucedido. Pero si ha sucedido y ellos lo saben bien. El reencuentro con la familia y los seres a los que se ama, la vuelta a una realidad en la que reincorporarse al trabajo, o tener que buscar uno nuevo, la vuelta a una vida sin manos y con el temor de si seguirás siendo querido por el ser amado o solo generarás lástima, etc. Son aspectos que la película retratará de forma magistral.

La película realiza un tratamiento crítico de esa vuelta e integración de los veteranos de guerra que vuelven de ver lo peor que un ser humano se pueda imaginar y se encuentran con las consabidas frases de “la vida sigue” o “la guerra ha acabado”. Como si ellos no fueran conscientes de todo eso y más.

Podremos ver algunas mezquindades del ser humano, pero también gestos de amor y grandeza que son los que nos salvan, a ellos y a los demás.

Una de las escenas de la película reconozco que me marcó. Uno de los protagonistas ha recuperado su trabajo en un banco e incluso le ascienden. Le encomiendan la relación y la decisión acerca de los créditos que puedan pedir los veteranos de guerra. Se supone que él los entenderá porque es uno de ellos. Veremos como, cuando un veterano pide un préstamo para poner en marcha una granja, nuestro protagonista deberá ser quien le relate la habitual petición de aval, garantías, etc. Pero se dará cuenta de que ese veterano es de fiar, tiene un enorme potencial. Se la jugó en la guerra, arriesgo, peleó y no tenía ningún aval detrás pero allí estuvo dando la cara porque eso le habían pedido. Nuestro protagonista dará el visto bueno al préstamo sin avales y sin garantías, y eso le acarreara algunos problemas porque su criterio de fiabilidad y confianza choca con la práctica bancaria del aval, la garantía, etc. Asistimos aquí a una excelente representación del choque entre las posibilidades del ser humano y la realidad del sistema que el propio ser humano ha creado. En el fondo, muchos años después lo que la película nos cuenta sigue vigente.

Pero la película nos mostrará también, como, al igual que señalaba Viktor Frankl, no hay que preguntarse que esperamos de la vida, sino lo que la vida espera de nosotros. Nuestros protagonistas se harán esta pregunta y de esa manera actuarán porque solo así conseguirán volver a situarse en el mundo y convertirlo en un lugar un poco mejor. Darán pasos en medio de la incertidumbre, el riesgo y el miedo. En definitiva, se la juegan. Nada será fácil, la vuelta a casa no lo es, el mundo ha cambiado y ellos también. Quizás, los mejores años de su vida fueron aquellos en los que tuvieron que dejar su hogar y empuñar un arma, pero han decidido responder a la vida y plantearse que, pudiera ser que los mejores años todavía estén por llegar.

Sinceramente, creo que la vida, cada día sigue esperando lo mejor de nosotros: nuestros mejores años.

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