Permítanme que una vez más comience contando una breve historia de la que desconozco a su autor y espero que me disculpe si no la replico de forma exacta.

Había una vez un anciano y sabio Rey que quería trasladar, antes de su muerte, una importante lección a su hijo. Durante las épocas más complicadas de su reinado siempre había mantenido una actitud firme consiguiendo que reinara en su país la paz y la armonía. Por alguna razón, el joven príncipe no acababa de entender lo que su padre le decía.

Si, padre, comprendo que para ti es muy importante el equilibrio, pero creo que es más importante la astucia y el poder.

Un día cuando el rey cabalgaba con su corcel, tuvo una gran idea. Tal vez mi hijo no necesita que yo se lo repita más veces, sino verlo representado de alguna manera.

Llevado por un lógico entusiasmo, convocó a las personas más importantes de su corte en el salón principal del palacio. Quiero que se convoque un concurso de pintura, el más grande e importante que se haya nunca creado. Los pregoneros han de hacer saber en todos los lugares del mundo que se dará una extraordinaria recompensa al ganador del concurso. Majestad, preguntó uno de los nobles, ¿cuál es el tema del concurso?

El tema será la serenidad, el equilibrio. Solo una orden os doy. Bajo ningún concepto rechacéis ninguna obra, por extraña que os parezca o por disgusto que os cause.

Aquellos nobles se alejaron sin entender muy bien la sorprendente instrucción que el rey les había dado, pero de todos los lugares del mundo conocido acudieron maravillosos cuadros. Algunos de ellos mostraban mares en calma, otros cielos despejados en los que una bandada de pájaros planeaba creando una sensación de calma, paz y serenidad. Los nobles estaban entusiasmados ante cuadros tan bellos.

De repente, ante el asombro de todos, apareció un cuadro extrañísimo. Pintado con tonos oscuros y con escasa luminosidad, reflejaba un mar revuelto en plena tempestad en el que enormes olas golpeaban con violencia las rocas oscuras de un acantilado. El cielo aparecía cubierto de enormes y oscuros nubarrones.

Los nobles se burlaron y rieron del cuadro y casi estuvieron a punto de tirarlo cuando recordaron la instrucción del Rey de que no se podía rechazar ningún cuadro por extraño que fuera. Y decidieron poner el cuadro en un rincón de la sala, un lugar en el que casi no se veía.

El día en que el Rey visitó la exposición de las obras su rostro poco a poco fue reflejando decepción ante lo cual los nobles le preguntaron si no había ninguna obra que le gustase. El Rey afirmó que todas las obras eran muy hermosas, pero a todas les faltaba algo. El rey llegaba al final de la exposición sin encontrar lo que tanto buscaba cuando, de repente, se fijó en un cuadro que asomaba en un rincón.

¿Qué es lo que hay allí que apenas se ve? Es otro cuadro majestad. ¿Y por qué lo habéis colocado en un lugar tan apartado? Majestad, es un cuadro pintado por un demente, nosotros lo habríamos rechazado, pero siguiendo vuestras órdenes de aceptar todos los que llegaran, hemos decidido colocarlo en un rincón para que no empañe la belleza del conjunto.

El rey, que tenía una curiosidad natural, se acercó a ver aquel extraño cuadro, que, en efecto, resultaba difícil de entender. Entonces hizo algo que ninguno de los miembros de la corte había hecho y que era acercarse más y fijarse bien. Fue entonces cuando, súbitamente, todo su rostro se iluminó y, alzando la voz, declaró:

Éste, éste es, sin duda, el cuadro ganador. Los nobles se miraron unos a otros pensando que el rey había perdido la cabeza. Uno de ellos tímidamente le preguntó. Majestad, nunca hemos discutido vuestros dictámenes, pero ¿qué veis en ese cuadro para que lo declaréis ganador?

No lo habéis visto bien, acercaos. Cuando los nobles se acercaron, el rey les mostró algo entre las rocas. Era un pequeño nido donde había un pajarito recién nacido. La madre le daba de comer, completamente ajena a la tormenta que estaba teniendo lugar. El rey les explicó qué era lo que tanto le ansiaba trasmitir a su hijo el príncipe.

La serenidad no surge de vivir en las circunstancias ideales como reflejan los otros cuadros con sus mares en calma y sus cielos despejados. La serenidad es la capacidad de mantener centrada tu atención en medio de la dificultad, en aquello que para ti es una prioridad.

Muy pocas veces nuestro entorno es idílico, soleado y lleno de praderas verdes con ríos de aguas cristalinas, o un mar en calma en el que un barco navega plácidamente. Más bien al contrario, lo que nos rodea suele ser parecido a ese cuadro que estaba casi escondido, un lugar en el que prisas, ruidos, cambios constantes, requerimientos de todo tipo, retos, competencia, etc., reclaman nuestra permanente atención. Y estos tiempos convulsos son una interpelación constante a cada uno de nosotros porque nos interrogan acerca del modo en que estamos respondiendo a todo lo que en ellos acontece.

Y la primera respuesta debiera ser la serenidad. Somos nosotros los que estamos llamados a ser capaces de mantenerla en todos esos momentos complicados. La serenidad solo la encontraremos en nuestro interior y es la que nos permitirá mantenernos firmes y en equilibrio en los momentos complicados y difíciles que a cada momento nos toque vivir.

¿Qué estás haciendo para lograr esa serenidad interior?

Recuerda: tiempo, silencio y reflexión.  

 

 

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