Hablar a estas alturas de liderazgo supone generar cierta urticaria en más de una persona. Lo sé, soy consciente de ello. Hemos usado y abusado tanto de la palabra que basta leerla o escucharla y algo se estremece en nuestro interior. En fin, soy pecador y, de nuevo, voy a decir alguna cosilla sobre liderazgo. Espero escapar de lo lugares comunes y que sean indulgentes conmigo.

Durante la pandemia uno de los asuntos que más tiempo, escritos y webinar (esta última no sé cómo se escribiría en plural) generó fue acerca de cómo liderar a las personas y equipos que estaban trabajando desde casa. Algunos estudiosos de las organizaciones argumentaron los problemas que se generaban en esas situaciones por el hecho de liderar personas carentes de relaciones previas que facilitasen cohesión y confianza; o por ejemplo la ausencia de criterios de trabajo comunes y compartidos generando una identidad débil de equipo; o la ausencia de un contacto directo y cara a cara limitando las labores de dirección de ese grupo y de esas personas, etc. Conforme el encierro se aligeraba se comenzó (y se continúa) a hablar del trabajo híbrido y de los problemas que éste podía seguir planteando: el riesgo de los sesgos en la carrera profesional a la hora de plantear promociones; la posible generación de silos de conocimiento en las organizaciones por la falta de contacto y relación habitual, etc.

Toda una serie de realidades sobre las que tanto y tanto se ha hablado (hemos hablado) y aún hoy seguimos dándole vueltas a la cabeza. Llegó un momento en el que comencé a pensar con algo de detenimiento en estos temas y no pude evitar mirar hacia atrás en la historia y encontrarme con verdaderas sorpresas. Por ejemplo, ¿cómo se las arregló San Pablo para convertir en una realidad extendida por tantos territorios la naciente Iglesia cristiana? Es verdad que viajó, pero ¿cómo de rápidos, ágiles y cómodos eran los viajes en aquellos tiempos? Es verdad que escribió una serie de textos, muchos de ellos llenos de sabiduría y belleza, pero si no había imprenta ¿cómo llegaban los mensajes de esos escritos a tantos lugares y a tantas gentes? En definitiva ¿cómo consiguió San Pablo unir, dar solidez, cohesionar y trasladar un nuevo y tan diferente mensaje a tan diversas gentes, tan alejadas entre sí y que nada o casi nada tenían que ver entre ellas? Si avanzamos en el tiempo y nos trasladamos al siglo XVI podíamos fijarnos en la figura de Ignacio de Loyola y su capacidad para levantar la Compañía de Jesús y hacerla crecer de una forma sorprendente más allá de las fronteras de Europa.  ¿Cómo dar cohesión, coherencia, sentido de unidad, sentido de pertenencia a un grupo de hombres alejados entre sí por una distancia en la que los viajes podían durar meses y años (al margen de los riesgos) y en los que el tiempo que tardaba una carta en llegar de un sitio a otro era igual de lento?

Algunos podrán alegar que en esos contextos la “gracia de Dios” operaba de forma invisible y que ahora en los tiempos que vivimos, quizás esa gracia no está muy presente en el mundo de la gestión o management.

Hoy, que tenemos tantos medios a nuestro alcance para estar conectados (la fantástica tecnología), resulta una paradoja que nos quejemos de esa falta de conexión y ello sea un problema para trabajar, crecer y cohesionarnos.

Cada día me sorprende más como seguimos cometiendo errores en lo sustancial y fiando casi todo a lo instrumental. Quizás debiéramos preguntarnos si lo que falla es lo sustancial (la misión de nuestra compañía; la visión que entre todos se construye día a día; los valores que hacen que trabajar aquí, aunque sea a distancia, sea incluso agradable; la certeza de que estamos entre personas y como tales nos respetamos y colaboramos; los managers que preguntan acerca de la manera en que pueden ayudar, etc.)

Liderar en remoto o a distancia exige de quien ha de liderar un esfuerzo adicional.  Liderar siempre ha de ser servir para sacar lo mejor de aquellos a los que se lidera, y eso entraña servidumbres y hasta ciertos sacrificios. San Pablo y San Ignacio de Loyola sospecho que sabían bastante de eso y que estaban muy centrados en lo sustancial, en unos tiempos en los que lo instrumental era claramente precario.

Aprendamos de ellos.

 

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