Qué tiempos tan curiosos estos que vivimos. Escucho a tantos y tantos empeñados en hacernos felices en el trabajo, fomentando la vinculación emocional con la empresa, en un empeño permanente por atraer, retener y enamorar al talento, etc. Y por otro, no deja uno de leer noticias acerca de la gran renuncia, de los problemas para encontrar determinado perfil de trabajadores, de las encuestas que siguen insistiendo en los elevados niveles de insatisfacción de muchas personas en la empresa, de las “inadecuadas políticas de gestión de personas” en muchas compañías, etc. Tampoco es que me extrañe, el mundo muchas veces es una acumulación de contrarios, de deseos que luego no siempre cuajan en realidades, de contradicciones, en definitiva. No obstante, y quizás sea porque me voy haciendo mayor, echo de más el mareo de la perdiz y echo de menos el profundizar, el rigor y una cierta seriedad para ir a la raíz de muchas situaciones que vivimos, y trabajar para hacer las cosas mejor.

Ante este panorama, decidí revisar un texto de hace ya bastantes años, en concreto del año 1981. Se trata de la Encíclica Laborem Exercens promulgada por San Juan Pablo II. Y es allí donde me he vuelto a encontrar con unas cuántas perlas que no deberíamos olvidar o hacer como que nadie las ha mencionado o escrito. Voy con algunas.

  • El trabajo ha de servir a la realización de la humanidad del hombre, al perfeccionamiento de esa vocación de persona.
  • El valor del trabajo humano no está determinado por el tipo de trabajo que se realiza, sino por el hecho de que quien lo realiza es una persona. Las fuentes de la dignidad del trabajo han de buscarse en la dimensión subjetiva del mismo.
  • El hombre no puede ser tratado ni considerado como un instrumento de producción. El hombre es verdadero artífice y creador, sujeto y autor, es el verdadero fin de todo proceso productivo.
  • El trabajo ha de tener prioridad frente al capital porque siempre es una causa eficiente primaria, mientras que el capital (como conjunto de los medios de producción) es solo un instrumento o la causa instrumental.
  • El hombre ha de tener primacía en el proceso de producción (sean bienes o servicios), ha de haber primacía del hombre sobre las cosas.
  • El hombre ha de poder ser consciente de estar trabajando en algo propio, no ser solo un mero instrumento de producción. El trabajo no mira solo a la economía, sino que implica valores personales. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene.
  • El progreso técnico puede ofrecer el material para la promoción humana, pero ese progreso no puede por si solo llevarla a cabo.

Tengo la sensación de que hay mucha chicha en estas afirmaciones. Tengo la sensación de que si una pequeña parte de estas fuesen consideradas como principios y valores de gestión quizás estuviéramos mucho más centrados y mareando menos la perdiz.

Y lo que de verdad importa, nosotros, las personas, estaríamos en el centro y no en la periferia teniendo que contemplar como nos lanzan, de vez en cuando, redes diversas llenas de color y cosas aparentemente bonitas para ver si una vez más picamos y hasta damos las gracias.

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