Hace ya casi cuatro años justos que escribí un post sobre la película 15:17 tren a París, dirigida por Clint Eastwood, en la que se narraba la experiencia vivida por tres norteamericanos en un tren camino de Paris. Una experiencia que salió en todos los noticiarios del mundo dado que la intervención de aquellos impidió lo que seguramente hubiera sido una masacre terrorista.

En la trayectoria de esas tres personas no había nada extraordinario. No eran personas con momentos heroicos en su vida ni habían destacado de forma excepcional en nada. Una infancia normal, a veces un poco complicada pero no desgraciada. La película nos presentaba a personas muy normales incluso puede que insulsas. Es más, el que podría aparecer como protagonista escuchará de uno de sus amigos el reproche de que nunca terminaba nada, que nunca se tomaba las cosas demasiado en serio.

Será éste quien ponga un especial empeño en prepararse para ingresar dentro de las Fuerzas Armadas en una unidad especial de rescate, pero por un problema en la visión en perspectiva será descartado, añadiendo más frustración a una vida que nunca ha sido brillante. Acabará integrado en una unidad cuyas funciones son esencialmente sanitarias y de atención a heridos en el campo de batalla. Algo que no parece llenarle de entusiasmo.

Otro de los personajes también acabará en el ejército e incluso será destinado a Afganistán, pero incluso allí, lo más destacable de su experiencia será la necesidad de que el convoy en el que viaja deba de dar la vuelta a una población porque descubren que le han robado su mochila/petate. Algo no muy brillante en la vida de un militar.

Finalmente, el tercero se ha quedado en USA estudiando, aunque tampoco asistiendo a una Universidad de la Yvi League.

En definitiva, personas muy normalitas tirando incluso a mediocres según los parámetros de esta modernidad que vivimos.

Pues bien, estas personas del montón reaccionarán de una manera extraordinaria en unas circunstancias especiales e imprevistas. Se enfrentaron al terror y al miedo, dieron la cara y salvaron muchas vidas, jugándose la propia.

Cuando la película finalizó vino a mi memoria el recuerdo de un texto que nunca he aprendido de memoria, pero al que acudo con cierta frecuencia porque me ayuda, y mucho, a reflexionar. Es un texto escrito por Marianne Williamson:

«Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad la que nos atemoriza. Nos preguntamos: «¿quién soy yo para tener inteligencia y belleza, para ser alguien fabuloso y con talento?» Pero, en realidad, ¿quiénes somos para no ser así? Somos hijos de Dios. Hacernos los insignificantes no le sirve al mundo. No hay nada de inteligente en rebajarnos para que los demás no se sientan inseguros en nuestra compañía. Todos estamos hechos para brillar; como hacen los niños. Hemos nacido para manifestar la gloria de Dios que está en nuestro interior: no está solo en algunos de nosotros; está en todos. Esta grandeza de espíritu no se encuentra sólo en algunos de nosotros; está en todos. Y cuando dejamos que brille nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a los demás para que hagan lo mismo. Cuando nos liberamos de nuestro propio temor; nuestra presencia libera automáticamente a los demás»

Efectivamente, no había en ellos nada de extraordinario ¿o sí? En realidad, ese día quizás dejaron de “infravalorarse” y de esa manera nos dieron permiso y nos animaron a los demás para que también fuésemos extraordinarios.

En el mundo del trabajo, en las organizaciones, en un entorno en el que cada vez más se “habla” del talento, tengo la sensación de que muchas personas sienten que no pueden o no les dejan brillar. Quizás sea una manera sutil de tener controlado todo. Quizás sea eso de ser “recursos” aunque luego se ponga al lado la palabra “humanos”

Deberíamos preguntarnos cuántas veces nos hemos limitado a nosotros mismos la posibilidad de brillar por miedo, cuántas veces nos dejamos limitar o limitamos a otros sin ser conscientes de que de esa manera el mundo es un lugar un poco peor.

Creo que necesitamos que muchas personas “normales” comiencen a hacer cosas extraordinarias porque no hay nada peor que desatender la llamada a la grandeza que todos tenemos, dejando de lado la mediocridad.

No es poca cosa.

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