Continuo con estas reflexiones iniciadas la semana pasada a propósito de las posibles enfermedades del directivo.

La enfermedad de la esquizofrenia existencial. Estamos tan acostumbrados a revisar gráficos, hojas de cálculo, informes financieros, etc., sin darnos cuenta que detrás de todo eso hay personas de carne y hueso. Seres humanos como nosotros que se levantan cada mañana para vivir un nuevo día. ¿Cuándo has perdido la visión de los demás que trabajan contigo?, ¿cuándo se han convertido en cifras, ratios o farragosos análisis de rentabilidad? Cuando todo esto comienza a suceder en nuestras vidas es el momento de reflexionar si se ha perdido el contacto con la realidad. Tu como directivo ¿lo has perdido? Tú, como asesor, consultor, coach o lo que sea ¿lo has perdido? Y lo que es peor, pese a todo ello ¿sigues viviendo con un discurso hacia fuera que no tiene nada que ver con la realidad que practicas? ¿Afirmas, con cierta resignación, que el mundo es así? ¿Has creado ya tu propio mundo paralelo?, ¿Te has parado a pensar en la coherencia de lo que dices y lo que haces?

La enfermedad de los chismes y de la murmuración. Cuánto nos cuesta elogiar y qué fácil nos resulta criticar. Fabricar enemigos, pensar en términos de enemigos (mientras tanto la boca llena de la palabra equipo, colaboración y sinergia). Cuántas dificultades tenemos para sentarnos delante de una persona y con asertividad hablarla, exponerle lo que pensamos y lo que sentimos. Cuántas dificultades para aceptar lo que es o piensa la otra persona, buscar los puntos comunes y centrarse en las soluciones. Es la enfermedad de las personas cobardes que al no tener el valor de hablar directamente chismorrean por detrás. Y tú, ¿sigues chismorreando en tu organización?, ¿hablas mal de personas sin atreverte a sentarte delante de ellas y exponer de forma asertiva lo que piensas y crees, y en lo que estás en desacuerdo?, si obras así ¿cuál crees que será el resultado a medio/largo plazo?, ¿salirte con la tuya? Y luego, ¿hablarás de ganar/ganar?

La enfermedad de divinizar a los jefes. Es lo que habitualmente conocemos como el “pelota”. Vivir por hacer carrera, vivir del oportunismo. Vivir pensando tan solo en lo que busca alcanzar o lograr y no en lo que tienen que dar. Es el egoísmo. Actuar buscando siempre el beneficio, quedar bien, buscar complicidades ocultas. ¿Y la actitud de servicio?, ¿y el trabajo bien hecho por el mero hecho de hacer las cosas bien?, ¿has tenido que renunciar ya, más de una vez, a tus principios y valores por buscar ese progreso?, ¿ya estás en la fase esa en la que te gusta que te hagan la pelota?, ¿te sientes poderoso y adulado y eso está ensanchando tu ego?, ¿crees sinceramente que eso es bueno? ¿Te está haciendo mejor persona y profesional?, ¿ya no te atreves a decirle a tu jefe que está desnudo?

La enfermedad de la indiferencia hacia los demás. Muy relacionado con la anterior y con la enfermedad de la esquizofrenia mental. Pensar solo en uno mismo perdiendo la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos; cuando se recibe una información y se guarda en vez de compartirla con los demás; cuando, por celos o por falsa astucia se regodea al ver cómo cae el otro, en vez de ayudarle a levantarse y alentarle. ¿Ya vives esas situaciones? ¡¡¡Servicio, servicio, servicio!!!!. ¿Cuándo perdiste ese espíritu?, ¿sigues pensando que el éxito de tus colaboradores ha de ser el cimiento de tu propio éxito?, ¿qué ves cuando te miras al espejo por las mañanas?

La enfermedad de la cara de funeral. Cuánto nos gusta estar siempre serios para dar a entender que la responsabilidad y la importancia de nuestro trabajo es elevada. ¿Ya te has vuelto alguien ceñudo y huraño? Además, a ese comportamiento se suele añadir el trato a los demás, especialmente a los que dependen de nosotros, con rigidez, arrogancia, etc. ¡Aquí estoy yo con mi responsabilidad e importancia!, ¿no lo entendéis? Piensa un poco, ¿no crees que detrás de todo eso pueda haber inseguridad y miedo?, ¿es posible?, ¿lo has pensado alguna vez? Cuánto nos cuesta ser amables. Soy consciente de que los tiempos no siempre acompañan, pero un corazón feliz puede hacer mucho bien. ¿Has perdido la sonrisa?, ¿has perdido el humor? ¿has perdido la ironía para ti mismo y la mantienes para con los demás? ¿Te gusta pensar que cuando caminas con un rostro serio haya gente que piense ahí va don importante? Sigue siendo amable aún en las situaciones difíciles. No renuncies a lo que hay de sustancial de ti.

La enfermedad de la acumulación. Muchos directivos buscan llenar un cierto vacío existencial mediante la acumulación de poder o de bienes materiales buscando el sentirse seguros y poderosos. ¿Es ese tu caso?, ¿ya eres poderoso, rico y estás seguro?, ¿y el resto de tu existencia?, ¿es rica en relaciones, afectos, sonrisas, amistad verdadera, sentido de servicio? ¿Cómo has construido tu vida, como la sigues construyendo?

La enfermedad de los círculos cerrados. Es verdad que todos tenemos tendencia a sentirnos mejor acogidos e integrados en grupos más pequeños. Pero si has convertido ese grupo en una capillita y su pertenencia a la misma se vuelve más fuerte que la pertenencia a la propia organización puedes estar trabajando en contra de la propia organización. Es el llamado “fuego amigo”. Nuestra capillita contra la otra. ¿Y la organización, y los intereses generales, y los demás? Puede que estés comenzando a destruir la organización desde dentro.

La enfermedad del beneficio mundano, del exhibicionismo, de poseer símbolos que acreditan nuestro poder en la organización: coche, despacho, gabelas, bonus, gastos cubiertos, etc. No olvidemos la enfermedad de la vanagloria y la rivalidad dañina. Tantas cosas. El servicio se convierte en poder, y el poder en mercancía para obtener provechos o más poderes. Cuando nos dejamos llevar por ese afán de poder, cuando hemos perdido el sentido de servicio podemos acabar en la calumnia con ese afán de aparecer más capaces que los demás. ¿Te suena esto?

Fueron todas estas reflexiones del Papa un excelente examen de conciencia de nuestro trabajo, de cómo tratamos a los demás, de cómo actuamos, de lo que quizás hayamos perdido y todavía podamos recuperar. Pero también me parecieron que podían ser un magnífico mensaje de ánimo y apoyo para muchas personas que evitan y luchan contra esas enfermedades tan de moda en estos tiempos.

Hacer un chequeo de nuestra conciencia nunca está de más. Estamos a tiempo, son enfermedades curables y gran parte de la curación, o casi toda, depende de nosotros.

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