Hace ya bastante tiempo el Papa Francisco expuso ante colaboradores de la denominada curia romana una serie de consideraciones sobre las que ya escribí algo en el año 2015. El las denominó enfermedades que podía sufrir la llamada “curia”, y que las puede sufrir cualquier organismo vivo como lo es todo aquél que está constituido por personas. Y mirando a nuestras organizaciones, empresas y demás, tengo la sospecha de que algunas de esas enfermedades están presentes en las mismas con mayor o menor intensidad, aunque en ocasiones adopten un cierto camuflaje.

Vamos con ellas.

La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune”, o incluso indispensable, descuidando los controles necesarios y habituales. La ausencia de autocrítica, la falta de actualización, el no esforzarse por ser mejor porque se piensa que eso es imposible. Es la enfermedad de quienes se convierten en dueños y superiores a todos, en vez de ponerse al servicio de los demás. Esta enfermedad deriva con frecuencia de la patología del poder, del “complejo de los elegidos”, del narcisismo que mira con pasión la propia imagen y no ve la de los demás. Convencidos de ser dueños de todo y por encima de todos porque son muy listos, hablan bien y han llegado muy alto. Un buen antídoto puede ser recordar que somos mortales y que nada podemos llevarnos al cementerio, un lugar en el que todos acabaremos. Un directivo así, es un directivo enfermo y que no sabe que lo está.

Las ideas de servir, de ayudar, de preguntar ¿qué puedo hacer para que tú seas mejor y obtengas mejores resultados?, están fuera de lugar. Eso es para débiles.

La enfermedad de la excesiva laboriosidad. Sumergidos en el trabajo, descuidando inevitablemente otras partes (quizás las mejores de la vida) descuidando el descanso, o haciendo descanso para aún trabajar más (hombres y mujeres llenos de agitación interior). Sin tiempo para la familia y no respetando las vacaciones como momentos de regeneración espiritual y física; es necesario aprender lo que enseña el Eclesiastés: “hay un tiempo para cada cosa”

Ese activismo propio de hoy, habitualmente pobre de resultados realmente relevantes y de valor (en expresión tan cara a este mundo), el presentismo sin sentido, las reuniones permanentes y que poco aportan, el haber convertido la oficina o el entorno laboral en lo importante de la propia vida, el no querer estar en casa. Es el momento de preguntarse ¿pero de esta manera estoy siendo de verdad mejor profesional en mi trabajo?, ¿estoy aportando auténtico valor?, ¿ayudo así a generar resultados?

La enfermedad de la “fosilización” mental y espiritual Un corazón de piedra y “duro de cerviz”; de quienes, con el tiempo, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo documentos de papel, o herramientas tecnológicas, convirtiéndose en “máquinas burodráticas”.

Debes preguntarte si has perdido ese corazón que te permite empatizar con quiénes lo necesitan, llorar con quienes lloran y reír con quiénes ríen. Más allá de los problemas que el día a día te trae preguntate si eres capaz de dormir bien, si tu interior está en paz, si sigues siendo capaz de reír y sentir. Preguntarte si sigues siendo una persona de carne y hueso, dotada de un corazón que no solo bombea sangre sino también emociones y sentimientos.

La enfermedad de una planificación excesiva y del funcionalismo. Todo está perfectamente, minuciosamente planificado. Nada se queda al albur de un posible cambio. Viva lo estático e inmutable. En cambio, ¿cuántas de esas personas de las organizaciones tienen en la boca permanentemente las palabras cambio y flexibilidad? Pero claro, si eres de los que ya crees saberlo todo, ¿dónde se ha quedado tu creatividad, tu espontaneidad, tu capacidad para cambiar y tu capacidad para innovar? Y puede que esto no solo te lo hagas a tí mismo sino que se lo estés haciendo a tus compañeros, a tus colaboradores.

La enfermedad de la mala coordinación. ¡Ah el trabajo en equipo! ¿Cuántas horas y cuántos cursos dedicados al trabajo en equipo?, ¿qué equipos tienes?, ¿son equipos que funcionan como una orquesta que hace solo ruido?, ¿qué actitud tienes dentro de ese equipo?, ¿has perdido la comunión con el resto de tus compañeros?, ¿ya no colaboras con el resto de los miembros? Cuando el pie le dice al brazo: “no te necesito”, o la mano a la cabeza: “aquí mando yo”, genera malestar y causa escándalo en la totalidad de la organización. ¿Qué verbos se conjugan en tu equipo? Te propongo un ejercicio: Se conjugan los verbos confiar, comunicar, informar, colaborar, escuchar, ayudar, servir, cuidar, proteger, proveer, etc. o por el contrario……los verbos desconfiar, callar, obstruir, ignorar, abandonar, aprovecharse, descuidar, ignorar, racionar, etc……

La enfermedad del Alzheimer espiritual o moral. El olvidarse de quiénes somos, de dónde venimos, de nuestra historia. ¿Has olvidado la ilusión de los primeros tiempos del trabajo?, ¿olvidaste el afán de ser un buen profesional? Ahora, ¿vives en un “presente” lleno de pasiones, caprichos y manías; edificando a tu alrededor muros y costumbres, convirtiéndote cada vez más en una especie de esclavo de ti mismo y de ídolos (poder, ¿lujo, caprichos, dinero, etc.) que has esculpido con tus propias manos? ¿Dónde ha quedado tu ilusión?

La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria. Una enfermedad que está muy relacionada con olvidar de dónde venimos. ¿Se ha convertido la apariencia, la imagen, los reconocimientos honoríficos, el tener, el poseer, en el objetivo primario de tu vida? Ahora ¿todo se reduce a tener?¿Dónde se ha quedado tu verdadero ser?

Seguiremos.

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