Ya escribí sobre este sorprendente hecho hace unos años, pero cada vez que se acerca la Navidad y el nacimiento del Hijo de Dios, vuelvo a recordarlo con intensidad.

En medio del horror de las trincheras de la I Guerra Mundial, en la Nochebuena de 1914 ocurrió algo que ninguna estrategia ni táctica hubiera podido prever. De las trincheras alemanas comenzó a elevarse el sonido de una música previamente anunciada por la luz de muchas velas, era el cántico del villancico “Noche de Paz”. Los soldados alemanes cantaban a la Navidad y a esos cánticos se unieron las voces de los soldados ingleses. Y a partir de ese momento, comenzaron a producirse situaciones insólitas entre aquellos hombres que antes se apuntaban mutuamente para matarse.  Los fusiles, morteros y cañones se silenciaron y en su lugar aparecieron los intercambios de bebidas, cigarrillos, incluso algunos aventuran un partido de fútbol entre alemanes e ingleses, la posibilidad de enterrar en paz a los compañeros muertos e incluso el poder enterrar cuerpos en la tierra de nadie acompañado tanto de soldados alemanes como ingleses que, juntos, entonaron el salmo 23 “El Señor es mi pastor, nada me falta.” Miles de soldados de uno y otro bando decidieron que merecía la pena la paz y que no tenía ningún sentido matar al de enfrente porque eran muy parecidos. Y por un tiempo las balas y los cañones guardaron silencio.

Ante esta historia no puedo evitar preguntarme a mí mismo que es lo que pasó por la mente y el corazón de estos soldados. ¿Qué pensaron?, ¿qué riesgos sabían que asumían cuando decidieron asomar su cabeza por encima de las trincheras y mirar al de enfrente? ¿Qué hizo que de repente el enemigo fuera otro ser humano y dejara de ser un monstruo? ¿Qué sintieron y que pensaron cuando saludaron al otro e intercambiaron tabaco?

Tengo para mí que en ese momento se hizo realidad aquella profecía de Isaías que decía “pacerán juntos el lobo y el cordero, el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo, no habrá quien haga mal ni daño”. Quizás en pocos momentos como ese se haya hecho tan evidente ese anuncio del ángel a los pastores “… y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace”.

Tuvo que ser un momento muy hermoso, un momento de esperanza. Algunos de los supervivientes años después declararían que aquella fue la mejor Navidad de su vida. Es verdad que todo volvió a su terrible cauce: la guerra continuó con los resultados de todos conocidos.

Pero fue un momento de esperanza, de paz, de manos tendidas hacia al otro y no para agredir. Con demasiada frecuencia nos dejamos robar todo eso que un sencillo villancico les recordó y todavía hoy nos recuerda.

No perdamos la esperanza, el amor, ni la gracia que se nos tiende. No nos dejemos robar la Navidad.

Desde Senderos de Silencio os deseamos a todos ¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!!

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